El pasado y el presente
Que Tron (1982) fue una película visionaria, de eso no hay dudas. Introducía el concepto de un héroe atrapado entre dos mundos, uno real y uno virtual, como si fuese Matrix o Avatar. La película se sostenía en base a sus efectos visuales... como si fuese Matrix o Avatar. Pero acá se terminan las comparaciones: el paso del tiempo la ha dejado bastante maltrecha y no sólo eso: la narración no se destaca por ser entretenida. Para más, Disney tiene una suerte de vergüenza con esa película (que, aclaramos, sí se puede conseguir en DVD) y la convierte en una figurita difícil de conseguir (o de ver). Entonces, como el título de clásico le queda bastante grande, se convierte en una película de "culto" (no quiero desprestigiarlas a todas... algunas "de culto" son bastante buenas).
Más allá de ser la película favorita de Al Gore, la premisa de Tron es bastante atractiva para atraer millones de espectadores: un hombre atrapado en un sistema informático tiene que pelear por su vida en terribles juegos de video, sólo que no hay segundos intentos. Tron: El legado es consciente de ello, y no es casual que la secuencia más espectacular de la película sea la persecución en motos. Visualmente es una maravilla, aunque hay que ver cómo evoluciona con el paso del tiempo. También hay enemigos comunes, que cuando caen hacen como ruidito de monedas, a los cuales hay que eliminarlos con discos voladores (o freesbees). Son todos seres cibernéticos, así que los héroes pueden seguir siendo héroes. Hay una secuencia divertida donde el protagonista empieza a combatir a un montón de enemigos, y Daft Punk (que además de la banda sonora participa en la película) musicaliza el combate. Es como un videogame, donde al final nos espera un boss.
Lo más llamativo de toda la película (después de los efectos visuales, de lo que me ocuparé luego) es su ambición. No tanto el aspecto teológico (bastante obvio, con un Dios que, entre otros grandes logros, creó a Olivia Wilde para pasar el rato) sino el cronológico: Tron: El legado es una película sobre la imposibilidad de deshacer lo hecho, y de recuperar el tiempo perdido. El protagonista sufre porque no ha visto a su padre durante 20 años. El padre, porque su creación lo ha capturado y ha perdido miles (no veinte años "de usuario") de años y lo ha separado de lo que más quiere. Jeff Bridges es este semidios en el mundo virtual, Kevin Flynn, mezcla entre The Dude y un budista, que trata de recuperar el balance perdido y poder regresa al mundo real.
No es casual que el villano de la película también sea Jeff Bridges (como Clu, un programa malvado) rejuvenecido, estancando en la original Tron. Los efectos visuales para reconstruir la cara del joven Bridges son los mismos que se usaron para El curioso caso de Benjamin Button. La animación CGI no logra convertir a esta criatura en algo humano, pero tampoco lo hace falso. Es un híbrido que no se camufla como lo hacía, supongamos, el joven Brad Pitt en la película de David Fincher. Como estamos hablando de un ser virtual, podría pasar por alto eso. Clu quiere llegar al mundo real (sus intenciones no son buenas, y una secuencia molestísima lo muestra como un dictador en potencia) porque, por más perfecto que sea ese mundo ficticio, el verdadero planeta Tierra, con todas sus imperfecciones, es perfecto. ¿Por qué quiere salir un personaje de computadora a la realidad? No sabemos, pero supongo que tampoco cabe preguntar eso cuando estos seres se divierten tirándose discos unos a otros. Quizás les falte un upgrade.
Además, la fotografía oscura de la película resulta agobiante, y no sólo para sus propios personajes. Si bien hay varios momentos impactantes, que pueden recordar a la escala visual de Blade Runner, la decisión de oscurecer toda la ciudad y darle algunas luces de neón termina agotando. Es como si se justificara por un par de momentos. Nosotros, como los protagonistas, añoramos un rayito de luz, del verdadero Sol. No es lo único que deseamos: el protagonista tampoco no logra transmitir mucha humanidad, aunque por suerte ahi está Bridges (capaz de darle vida a casi cualquier cosa) y Olivia Wilde, una maravilla de carne y hueso, que ningún producto CGI o hecho con piezas de Transformers puede superar.
La sensación que deja Tron: El legado es que es tan "clásica" como la primera, quizás menos, porque no significa una revolución en cuanto a efectos visuales (recordemos que la original es el puntapié al cine de animación computarizada) ni estilo temático (es un rejunte de homenajes, incluyendo el momento de disparar desde una torreta como en Star Wars). Además, abarca tanto que termina definiendo poco (la lecutra del paso del tiempo, dentro y fuera de la película, es lo más interesante). Técnicamente está muy bien y puede cosechar algunas nominaciones al Oscar como efectos visuales y dirección de arte, pero cuando un tanque de Hollywood cuenta con tanta capacidad (hagamos un back up: Daft Punk, Jeff Bridges, Olvia Wilde, los efectos visuales) es una lástima que no se haya exprimido más. El resultado final es parecido al de Flynn: Tron: El legado vivirá siempre en comparación con Tron. La versión vieja contra la nueva. Ambas, llenas de maquillaje. O mejor dicho: maquillaje CGI.