Un cuento infantil sin urgencias
Más allá de que la distribución internacional de cine animado -salvo excepciones- no puede salir de cierto esquema de producción, por el cual cuando acerca películas por fuera de Hollywood busca mantener de alguna forma el mismo discurso audiovisual, la figura del belga Ben Stassen (el de Las aventuras de Sammy) no deja de ser una buena noticia. Sus películas, que siguen al pie de la letra la narrativa tradicional a lo Disney (reconvertida a digital por Dreamworks o Pixar) tienen en primera instancia conciencia suficiente como para no querer ser “una de Disney” porque no le da el presupuesto, y luego mucha pertinencia para elaborar un registro que acierta con solidez en función del público al cual van dirigidas, que son los niños más chiquitos. Esa honestidad se suma a la falta de urgencia por ser muñequito articulado, lo cual repercute en una positiva construcción de mundos autónomos. Trueno y la casa mágica es un nuevo ejemplo de esto.
Pero Trueno y la casa mágica, a diferencia de Las aventuras de Sammy, tiene a favor la ausencia de un discurso como el ecologista que en aquel caso lastraba la acción y la volvía en extremo discursiva. Es cierto que la historia del viejo mago que puede ser desposeído de su antigua casa y enviado a un geriátrico germina en su centro un discurso moralizante sobre el trato a la vejez y sobre lo ruin del mercado inmobiliario, pero en este caso lo que termina quedando en primer plano son una serie de personajes carismáticos y un tono caricaturesco que le quita solemnidad a la bajada de línea.
El humor que campea en la historia del gatito que cae en la casa de aquel mago, es básicamente el slapstick. Y la película se parece un poco a otras, como Un ratoncito duro de cazar o Mi pobre angelito que tenían -más allá de sus logros y defectos- como principal objetivo homenajear el humor de golpes y porrazos, y recuperar la esencia del dibujo animado en el universo físico y humano. Trueno y la casa mágica funciona en ese sentido porque es imaginativa a la hora de elaborar el recurso y porque tiene personajes que, desde la antinomia que representan, referencian bien ese mundo donde los conflictos que resuelven con una violencia cómica. A veces, es cierto, los realizadores abusan de la subjetiva, principalmente para aprovechar el uso del 3D, y en esos momentos la narración se vuelve rutinaria y carente de sorpresa.
Si bien la película busca ser un entretenimiento pequeño y amable, Ben Stassen y Jeremy Degruson demuestran conocimiento de la técnica e inteligencia para justificar el movimiento y la estética de sus criaturas: animales y artefactos que conviven con el viejo mago son instrumentos usados en los trucos que este monta ante los niños. Y ese micromundo que sobrevive dentro del relato superior (el del gato que encuentra hogar y el del sobrino que quiere quedarse con la casa del tío) es el más atractivo, porque es donde reluce la animación como deformación satírica del mundo real, especialmente en la sugerente primera media hora. Más allá de las citas y los conceptos inherentes a la producción animada industrial, esta película es una orgullosa segunda línea realizada con precisión y sensibilidad.