Truman

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Un perro a punto de quedarse huérfano

¿Qué cara tiene un tipo de menos de 60 que sabe que se va a morir? ¿Cómo organiza su vida, cómo son sus días? ¿Cómo se relaciona con los demás? A esas preguntas responde la nueva película protagonizada por Darín, en uno de los picos de su carrera.

¿Está prohibido hablar de la muerte? En una reunión social podrá no ser de muy buen gusto, pero el cine no es una reunión social. ¿Es un golpe bajo hacerlo? Sólo si se usa la inminencia de la muerte, la enfermedad terminal, lo inevitable, para comprarse al estimado público con bagatelas, para chantajearlo emocionalmente. Nadie dijo que la muerte no pueda tratarse como un tema más: eso es lo que es. Con lágrimas de por medio, pena y despedidas, pero un tema más. Así la asume Truman, la película más reciente del catalán Cesc Gay, conocido por Krámpack, En la ciudad, Ficción, Una pistola en cada mano. Interpretado por un Ricardo Darín en uno de los picos de su carrera (podría ganar perfectamente, este sábado, el premio correspondiente en San Sebastián), el protagonista de Truman se está por morir. La película es la crónica de cuatro de sus últimos días, con tono de despedida general. Tono elegíaco, dolorido, de cruel autoironía de a ratos. No por mera voluntad de distensión, sino porque el protagonista es Ricardo Darín. Su personaje público siempre fue autoirónico y Julián, actor famoso y ex galán, se le parece muchísimo.Ni mar de lágrimas ni hacer como que no pasa nada: la de Cesc Gay en Truman es una valentía noble, libre de especulaciones. Escrita por el realizador junto a Tomàs Aragay, uno puede imaginarse a ambos planteándose cada escena como si fuera la expedición a un planeta desconocido. ¿Qué cara tiene un tipo de menos de 60 que sabe que se va a morir? ¿Cómo organiza su vida, cómo son sus días? ¿Cómo se relaciona con los demás? ¿Seres queridos y ex esposa, pero también aquellos que se hacen los que no lo ven, por no saber lidiar con la muerte? ¿Qué valor tiene para él la presencia de un perro a quien considera “su segundo hijo”, al que sabe que va a tener que dejar en manos de otros? Truman no golpea bajo, no culpabiliza, no degrada tema ni personajes. No predica, no baja línea, no la tiene clara. Intenta comprender la situación de la que habla, algo que el cine contemporáneo raramente se atreve a intentar.Julián Barbieri tiene bigote, barba y muchas canas. Es argentino y está radicado en Madrid. Suele vestir de oscuro, su fama no siempre le permite andar tranquilo por la calle, está separado y tiene un hijo al que hace mucho no ve. Su única compañía es Truman, buenazo de más de 60 kilos que basta que él lo mire para que mueva la cola. De golpe cae a visitarlo Tomás (el gran Javier Cámara, de Hable con ella, La mala educación, las propias Ficción y Una pistola en cada mano), su amigo de toda la vida, radicado en una Canadá a la que Julián llama Groenlandia o Polo Norte. Sorpresa, largos silencios, miradas que cuentan décadas, mucha emoción contenida y alguna picardía: gran escena, la del reencuentro entre ambos. Julián tomó una decisión, Tomás está al tanto y vino para ver si puede convencerlo de lo contrario. Difícil: el otro lo pensó largamente y lo tiene demasiado resuelto. Será cuestión de pasar juntos esos cuatro días de despedida definitiva.En esas ciento seis horas habrá alguna visita al veterinario, alguna salida, algún porro (Julián fuma, Tomás no), un par de visitas al teatro, donde Julián hace de Mersault en Las relaciones peligrosas, un par de encuentros con Paula, hermana de Julián (Dolores Fonzi confirma sus progresos; en dos o tres escenas, Gay y Aragay hacen de ella un personaje autónomo), búsqueda de adoptantes para Truman, que no por nada da título a la película (el verdadero nombre del mastín era Troilo: se lo hubieran dejado), apropiadísimos fragmentos de Spinetta, cruce casual con Gloria, ex de Julián, y viaje a Amsterdam para ver a Nico, hijo veinteañero. El tramo narrativamente más débil (la relación entre padre e hijo no llega a tomar cuerpo), pero emotivamente más XL. Allí y hasta el final hace eclosión lo que hasta entonces no pasaba de ojos húmedos, silencios, gestos apenas perceptibles, miradas tristonas de Truman.Hay entre el público más “educado” una larga y justificada aversión por las lágrimas en el cine. Truman, que participa por estos días de la Competencia Oficial de San Sebastián, viene a recordar que en los peores casos la culpa no es de las lágrimas, sino del que les da de llorar. Cuando son genuinas, vienen a coronar un dolor que el film lleva consigo, y cuyo subrayado el realizador tuvo el buen gusto y la inteligencia de borrar. Este es uno de esos casos.