El cine ha abordado infinidad de veces historias de seres cuyos días están contados, en el tramo final de alguna enfermedad crónica o repentina. En términos generales, la mayoría de estos films se circunscriben a la etiqueta "lección de vida bañada en lágrimas". Para nuestra grata sorpresa, en lo que va del año se han estrenado dos películas que abordan el tema de la muerte, y el dolor que se produce en el entorno de la persona que se va, desde una perspectiva tan genuina como sensible. Una de ellas es Mia madre, del gran Nanni Moretti, la otra es Truman, del catalán Cesc Gay (Krámpack, En la ciudad, Ficción, Una pistola en cada mano).
Julián (Ricardo Darín) ha conseguido hacerse un lugar en la escena madrileña como actor, tras lo que se adivina como un largo y dificultoso camino. Desde hace un año viene batallando con un cáncer, que según él dice "se ha ido a hacer turismo por todo su cuerpo". La decisión de abandonar el tratamiento y pasar su último tiempo de vida fuera del hospital, activa todo tipo de mecanismo de alerta y contención de quienes lo rodean. "Cada uno se muere como puede", le dice Julián a su entrañable amigo Tomás (Javier Cámara), que ha viajado desde Canadá para acompañarlo, y la película describe con enorme sutileza cómo también cada uno acompaña como puede.
Cesc Gay confía en el talento de los dos protagonistas, y sin caer en subrayados, entreteje un relato emotivo en el que la nobleza - humana y cinematográfica- se eleva por encima de todo golpe bajo. Truman apuesta por una puesta en valor de lo más sublime que hay en la vida: los vínculos y el afecto como lugar de eterno refugio. La película se permite algunos momentos de incómoda dualidad, en la que se debate entre la angustia y el humor negro, sintetizada elocuentemente en la escena en la que Julián y Tomás van a una compañía funeraria para consultar los servicios disponibles. El empleado que los atiende enumera un largo listado de ítems, con algunas descripciones que expuestas en un momento tan crítico, rozan el absurdo. En medio del despliegue de ese burocrático negocio de la muerte, Julián se verá sorprendido por el pequeño tamaño de las urnas, y una vez más una mezcla de angustia y sinsentido teñirá su expresión, al chocarse en directo con las apretadas dimensiones a las que se verán reducidos sus restos.
Tomás, que desde hace mucho tiempo no viaja a Madrid, se dedicará a acompañar a su amigo con estoica entereza. Sin apelar a un sinfín de anécdotas de momentos compartidos entre este par de entrañables compañeros, asistimos a esa construcción de amor incondicional de una amistad que ha trascendido los límites del tiempo y el espacio. Así y todo, no todo es aceptación y entendimiento, la dupla atravesará algunos momentos de tensa confrontación, con uno que otro pase de factura. Y si Tomás siente algo de culpa por haberse ausentado durante tantos años, Paula (Dolores Fonzi), la prima de Julián, ha tenido que atravesar todo ese calvario en directo. También está Nico (Oriol Pla), el hijo de Julián que vive en Amsterdam, un estudiante algo bohemio que procesa la pérdida con una angustia tan permanente como contenida.
¿Y quién es Truman?, nada más y nada menos que el ladero de Julián durante buena parte de su vida, su perro, que claro está no es una simple mascota, es su segundo hijo. La búsqueda de una familia adoptiva para el veterano compañero condensa la tristeza de la despedida y la continuidad de lo que queda, poniendo en evidencia el hecho de que por mayor integridad que se tenga, nunca será sencillo soltarse y dejar ir. Para amortiguar tanta adversidad, tanto los personajes como la película, apelan al dispositivo de la ironía para sobrellevar el adiós. Sin desbarrancar en el cinismo, confiando en la complicidad de una mirada, y en la dignidad de aquello que aún sin ser puesto en palabras, adquiere el estatus de un legado íntimo y perdurable.
Truman / España-Argentina / 2015 / 108 minutos / Apta mayores de 16 años / Dirección: Cesc Gay / Con: Ricardo Darín, Javier Cámara, Eduard Fernández, José Luis Gómez y Álex Brendermühl.