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¿Truman es una película sobre la muerte?; ¿Truman es una película sobre la amistad? O finalmente ¿Truman es una película sobre cómo se afronta un duelo? Cualquier respuesta afirmativa de estos interrogantes hace justicia para el nuevo opus del catalán Cesc Gay, quien nuevamente apela al talento de Ricardo Darín y de Javier Cámara, en co protagónico, para salir airoso de un relato, que tenía todas las probabilidades de ser cooptado por la impronta melodramática y que -de buenas a primeras- encuentra el tono adecuado entre la seriedad y la falta de solemnidad, sin rehuir de los planteos profundos y así movilizar, con armas nobles, al espectador.
El título alude al perro viejo que el actor argentino, radicado en Madrid, Julián –Ricardo Darín-, a quien se le busca aquella persona capaz de cuidarlo una vez que su amo se despida para siempre. Cansado como su dueño, Truman arrastra el paso de los años y demuestra una simbiosis y empatía con su único referente, pero también la sensación de una irremediable aceptación ante su destino.
Sin embargo, el pretexto de la búsqueda de una familia sustituta no hace otra cosa que demorar la despedida, a eso debe sumarse la llegada de Tomás –Javier Cámara-, desde Canadá, para pasar cuatro días con su amigo, en España, tras una larga ausencia, e intentar convencerlo que desista de una decisión drástica, algo que desde un comienzo queda más que resuelto por parte del protagonista.
La sutileza con que el director de Ficción (2006) transita por el derrotero de Julián y Tomás, acumula por un lado escenas cotidianas con sabor a final en cada uno de los momentos, pero en las que prevalece la entereza del protagonista y el compromiso de su amigo para no juzgar y acompañarlo de la mejor manera posible.
En eso reside la mayor virtud de Truman (2015): en la apariencia de haber pensado meticulosamente cada una de las escenas, sin traicionar a los personajes ni sumirlos en una pendiente hacia la angustia o la desesperanza. Es el duelo, en el sentido más amplio del término, siempre ligado a una pérdida concreta, aunque también simbólica, el concepto central del film.
La sumatoria de Dolores Fonzi a este dúo, la presencia de la actriz argentina, complementa un verdadero trío autónomo, pero en el que los sentimientos son los lazos invisibles y el puente directo con la fibra sensible del espectador, desde el cambio de punto de vista sobre el mismo acontecimiento.
El realizador catalán también sabe acompañar a sus personajes, encuentra en todo lo que no se dice o lo que falta por mostrar el elemento y recurso más sólido de su historia, sin ninguna concesión al golpe bajo o al subrayado moral, propio de películas de este estilo, que bajo la impronta del cine mainstream, en cualquier parte del mundo reciben una sobredosis de exposición o repetición de fórmulas por la propia pereza de sus autores.
La premisa de Truman es tan sencilla que asusta, es tan proclive a desbarrancar en cualquier instante que solamente la confianza que transmite tanto Darín, con una composición digna y para el aplauso, como su contraparte, a cargo de Javier Cámara, convencen de antemano que estamos frente a una gran película y que la traición del golpe de efecto se aleja cada vez más de la pantalla.
No hay una escena de más en estos cuatro días de convivencia entre dos amigos, diferentes, contradictorios, uno más cerca de la muerte que el otro, pero tan humanos y vulnerables como cualquiera. Por eso, si la lágrima nace en el espectador es bienvenida porque la raíz de su sentido se encuentra más que justificada y no como parte de un chantaje emocional al que estamos habituados.