Un tema duro, una estupenda comedia dramática
Un hombre está enfermo de cáncer y decide aceptar su destino. Dicho así, parece una película triste. Bueno, es algo triste, pero es una comedia. Más que el destino inexorable, acá tiene peso la hombría del enfermo, preocupado por los demás antes que por sí mismo. Sobre todo, preocupado por dejar a su perro en buenas manos. Es un perro grandote y viejo. Cuando joven habrá dado miedo. Su dueño, también cuando joven, era galán de teatro. "¡Yo era un galán!", se repite la única vez que lo vemos afligido y abochornado por la evidencia de su enfermedad. Uno o dos días antes, en medio de una charla casi de negocios, bastante risueña, le vimos de pronto el primer quiebre. Pero no le vamos a ver ni la sombra del último. Y entre medio va a saludar a quienes le rehúyen, a disculparse con un colega por una graciosa cuestión de faldas, en fin. El perro más o menos lo acompaña, y un viejo amigo llega también a acompañarlo, paciente y obediente igual que el perro. Hay otros personajes, incluso una prima caracúlica y recriminadora y un hijo, una nuera, una ex, y cuatro o cinco personas más, pero lo importante son esos amigos de fierro, de toda la vida.
Todo está contado con curiosa elegancia. Se respira un humorismo fino, propio de quien no quiere perder la compostura, y no la pierde. "Me quedan pocas funciones", dice, refiriéndose tanto a la obra teatral que está haciendo, como a la expresión de entereza que está mostrando en público. Se va a despedir de pie, si es que se despide. Ese personaje admirable está a cargo de Ricardo Darin, que lo vuelve directamente inolvidable sin siquiera una sola agachada, un golpe bajo, ni una mueca de dolor extremo. Maestro. Lo mismo Javier Cámara, actor con mayúscula, y los varios artistas que se suceden, como el funebrero Javier Gutiérrez, el veterano José Luis Gómez, Eduard González, buen elenco. Y el perro.
En una escena el enfermo anuncia una decisión. La prima pega el grito, harta de todo. El amigo le hace el aguante. El perro, tirado en el suelo, con esos ojazos que todo lo observan, pega un suspiro hondo como una queja. El autor es Cesc Gay, buen observador, buen director de actores, a veces un tanto artificioso, pero no aquí. Ésta es su película más sencilla, y es la mejor de todas. Por supuesto, algunos snobs le recriminarán la falta de artificio, la entrega al público, el "sentimentalismo". Pero es mejor que las otras, incluso mejor de lo que promete el afiche, y mucho, muchísimo mejor que la posible remake que haría Hollywood si llegara a clavar sus ojos en ella.