La vida sin uno mismo
“Truman” es la crónica de cuatro días especiales, donde -como puede- el protagonista tiene que organizar su vida y la de su mascota antes de partir. Es una comedia dramática que utiliza frecuentes momentos de humor para descontracturar un tema tan real como difícil: ¿cómo son los días de una persona aún joven para morirse, cuando sabe que su cuerpo ha entrado en cuenta regresiva hacia el adiós definitivo?, ¿cómo organiza su vida y cómo se relaciona con los demás?
A esas preguntas responde la nueva película protagonizada por Darín, en uno de los picos de su carrera. En la historia se llama Julián y es un actor argentino que vive en Madrid, donde es bastante reconocido. Tiene barba, muchas canas y un aspecto juvenil; está separado y tiene un hijo estudiando en Amsterdam, al que hace bastante no ve.
La película se inicia con el diagnóstico de su enfermedad terminal y la decisión de abandonar los tratamientos convencionales propuestos para prolongar lo que se sabe irreversible. El protagonista está decidido a partir de la forma más digna posible, más entera, escapando de todo encarnizamiento terapéutico. Su preocupación central es conseguirle un nuevo dueño a su viejo perro Truman, su compañero inseparable y preferido, al que quiere como a un hijo.
Luego de años sin verse, Tomás (Javier Cámara), radicado en Canadá, viaja a España para acompañarlo y convencerlo de que retome el tratamiento a pedido de la prima de Julián, Paula (Dolores Fonzi).
La película empieza y termina con este amigo yendo de Canadá a Madrid y viceversa. Abarca solamente cuatro días, que es el tiempo que durará esa visita al amigo. Ese breve plazo temporal colma de intensidad la breve anécdota y sostiene una película íntima y confesional, concentrada en dos personajes y el perro del título.
Cine desnudo
Cine minimalista, que explota al máximo tiempos, miradas y pausas. Es confortante que la película no predica ni baja línea. Construye su relato alrededor de la enfermedad sin descargar golpes bajos, siempre ligado a la despedida como eje narrativo.
Las distintas escenas y personajes le sirven al realizador para ejemplificar los puntos de vista y las situaciones vivenciales que ocurren con el entorno, cuando alguien cercano va a morir.
No hacen falta grandes discursos, reiteradas palabras, sino unos grandes actores que traspasan la cámara, y un director que sabe qué contar y deja que las emociones fluyan en la escena. La fotografía y la música van de la
mano con la humanidad del guión que, incluso con su elevada cuota de misoginia y misantropía, no deja de ser una tragicomedia con humor liberador para describir la despedida de un amigo, aprovechando a exponer que, en nuestra sociedad, ni la muerte escapa de las leyes de mercado y se puede elegir el ataúd o la urna, el modelo y la parcela, recibiendo los distintos presupuestos por e-mail.
Porque el director jamás renuncia a provocarnos una sonrisa y las acciones fluyen y emocionan de una manera tan natural que olvidamos la representación. Tal vez porque ante todo “Truman” es una película sobre los afectos y la comprensión. Y también sobre la aceptación del otro tal cual es y de las jugarretas inevitables del destino, al que se puede ladrar o cascotear con sonriente estoicismo.