Trumbo: el guionista que quería vivir
El tema del macartismo y las listas negras en Hollywod no parece ser el mejor asunto para un experto en comedias delirantes como Jay Roach, el de "Austin Powers", pero finalmente es un director que puede explorar en la sustancia de las cosas y no quedarse en la superficie de la estética vintage, y por momentos lo demuestra en "Trumbo".
Esta biopic de uno de los guionistas más famosos del Hollywood clásico comienza en el mismo momento en el que la Liga de Actividades Antiamericanas pone su ojos en la industria del cine decidida a desenmascarar a todo aquel que haya sido miembro del Partido Comunista. Trumbo, que piensa como un progre pero vive como millonario, es el que le explica a un colega que quiere gritar a los cuatro vientos su pensamiento ideológigo totalmente radical de que la Constitución de los Estados Unidos tiene una enmienda que asegura que los ciudadanos no tienen por qué revelar sus creencias políticas o religiosas, y ésta es la estrategia que decide adoptar el famoso grupo de "los 10 de Hollywood". Estrategia que no tarda en ubicar a Trumbo y otros de sus colegas en la cárcel, para luego ya no poder trabajar en Hollywood. Al menos no con sus firmas, pero sí haciendo que otros que no estén en la lista negra firmen sus guiones, algunos tan buenos como "Roman Holiday" ("La princesa que quería vivir") que incluso gana el Oscar, situación incómoda que empieza a revelar este tipo de trucos al mismo tiempo que desgasta la injusticia que se está cometiendo.
Bryan Cranston da vida a un convincente Trumbo, recreando al personaje detrás de la persona real capaz de adaptarse a un cóctel con la odiosa Hedda Hopper (una formidable Helen Mirren) o a la cárcel, donde debe mirar una película de guerra con su enemigo John Wayne junto a los otros convictos.
La película es tan triste como lo que deriva de la historia real, pero levanta en espíritu hacia la segunda mitad cuando Trumbo empieza a escribir con seudónimo para un estudio clase B comandado por John Goodman (que recibe con un bate de béisbol a los que buscan comunistas) y sobre todo, cuando Kirk Douglas y el director Otto Preminger empiezan a rivalizar por ver quién va a firmar un guión de Dalton Trumbo con su verdadero nombre. En este sentido, todo lo relacionado con la preparación, rodaje y estreno de "Spartacus" termina por darle el toque de triunfo épico al final feliz que todo cinéfilo conoce.
Uno de los logros de Roach es la mezcla de documentales de la época con material filmado para la ocasión. El público desprevenido perderá algunas sutilezas, y el cinéfilo querría más exactitud en algunos detalles. Todo no se puede, y en síntesis, ésta es una buena película que se toma en serio pero no sin humor la descripción de una era en la que, como bien dice el protagonista hacia el final, "sólo hubo victimas".