Corazones indomables
Tu amor, mi perdición, ópera prima de Louis-Do de Lencquesaing, que ya tiene una larga trayectoria como actor, apunta a mostrar que “los corazones no se pueden domar”, como lo dice uno de sus personajes -de ahí el título original Au galop, al galope, l’amour sans bride, el amor sin brida, sin refreno-. Esta intención el relato la desarrolla entremezclando de manera fluida tres historias, que serían las tres edades del amor, unidas a través del personaje de Paul.
Paul -interpretado por el propio director -, escritor divorciado, oriundo de la burguesía parisina, se enamora de Ada (Valentina Cervi) que tiene un hijo y que está por casarse, y estalla la pasión adúltera. Al mismo tiempo, Paul pierde a su padre y su madre, Mina (Marthe Keller), va enloqueciendo poco a poco, incapaz de aceptar la muerte del ser amado con el cual compartió su vida tantos años. Por otro lado, su hija Camille (Alice de Lencquesaing) se apasiona por Louis, un joven jugador de futbol, a pesar de las vacilaciones de este.
En un mismo movimiento tumultuoso, la pasión amorosa nace, irrumpe nuevamente cuando se está debilitando, y sobrevive a la muerte. Este ímpetu vital se debe sobre todo a la precisión de la actuación del elenco, que por esta razón se mencionó, y que por esta misma razón habría que completar, por lo menos, mencionando a Xavier Beauvois (el hermano de Paul) y Denis Podalydes (su editor), a quienes siempre es un placer verlos actuar.
Sin embargo, esta película sufre quizás de las mismas limitaciones que por ejemplo La horas del verano, de Olivier Assayas, y El padre de mis hijos, de Mia Hansen Love, que también se enmarcan en la línea novelesca iniciada por las películas de François Truffaut. La calidad de la actuación y la elegancia de la puesta en escena no consiguen borrar por completo la impresión de ver una vez más las mismas historias de la burguesía parisina y peor aún, contadas de la misma manera. Por querer ser un film de autor, le falta estilo propio.
A pesar de todo, si habría que dar una sola razón para ver esta película, sería su último plano. Una ventana abierta sobre los techos de París bajo una luz dulce al anochecer. Como una pintura de Pierre Bonnard. Una belleza. Una gran plenitud después de los tormentos de la pasión.