Se percibe desde el primer plano de la película hasta el último los esfuerzos denodados de aquellos que concibieron Tu forma de ver el mundo. Desde la gestación, al margen de créditos oficiales y apoyos institucionales, hasta aquello tan remanido de las buenas intenciones que intentan atenuar las carencias de la producción.
Sin embargo, la película está terminada y se presenta a un público y ante una reseña crítica que tratará de omitir todo lo anterior para circunscribirse al hecho estético en sí mismo. Y es allí donde resuenan –de manera más que estruendosa– los puntos bajos y hasta subterráneos que caracterizan al film.
Tu forma de ver el mundo, en cuanto a varios de sus momentos de euforia mensajística, rememora a un sector del cine argentino de décadas pasadas (siglo XX, claro) con el agregado de un ítem que incorpora de manera desmesurada: su objetivo de convertir la trama en una especie de manual o texto primario de autoayuda.
A saber: un hombre preocupado por su trabajo, ajeno a la rutina doméstica de esposa e hijo, sufre un accidente. La correspondiente internación lo conduce a estar acompañado en la habitación por un paciente en silla de ruedas que aconseja, predica, sugiere, pregunta, de vez en cuando escucha, y estimula al accidentado a preocuparse por temas más cercanos a lo humano que a lo laboral y efímero. En esas conversaciones y/o monólogos, la ventana de la pieza es útil para que se observen otras historias (banco de plaza mediante) que engordan hasta el éxtasis las bajadas de línea y los consejos del paciente 2 ante el atento oído del paciente 1.
Y así transcurren los casi 80 minutos del film pautados por una música, piano mediante, que subraya las pretensiones emotivas del supuesto drama.
Entre interpretaciones actorales de discreta medianía (o menos que eso), también intervienen de manera fugaz Gastón Pauls, Alejandro Fiore y Mario Alarcón, trío del cual vuelve a presumirse que Tu forma de ver el mundo fue el producto de una suma de voluntades que propició una historia sobre la condición humana y esos menesteres de los que se escribe y nadie sabe de qué se trata.
A menos que todo se trate de una lección de vida, el que el mismo director debutante Germán Abal vivió en carne propia, ahora destinada a convertirse en una película que, muy lejanamente, deja vislumbrar sus mínimos méritos cinematográficos.