Tully

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

El concepto de las “nanas mágicas” viene de la literatura inglesa, en donde los ejemplos abundan: desde Mary Poppins hasta Nanny McPhee, personajes fantásticos que visitan a familias en estado problemático, ejecutan su cuota de milagros, armonizan el clima y se van cuando su misión se han cumplido. Son como ángeles guardianes y sanadores que preservan a las familias de buen corazón cuando éstas se encuentran en su momento mas caótico.

Tully viene a ser una versión post moderna de Mary Poppins. Como esto no es Disney, el drama está presentado de manera cruda en primerísimo plano: en este caso una madre de dos chicos (Charlize Theron, magnífica como siempre y arruinando su fantástico cuerpo con un enorme sobrepeso para cumplir con las exigencias del papel) que acaba de tener el tercero… y termina por quedar en una situación que la excede en todo sentido. Para colmo uno de sus hijos es autista, pero ellos no terminan de caer – sólo atinan a calificarlo de “extravagante” – con lo cual la situación es aún mas caótica: berrinches de día, el verse al espejo gorda y arruinada, noches sin dormir para alimentar el bebé, dolores de todo tipo en un cuerpo hinchado y vapuleado, un marido bonachón que no colabora demasiado… Entra en escena el hermano de ella (Mark Duplass), ricachón, casado con una asiática, amante de los placeres, el lujo y el exotismo, y se propone hacerle un regalo: contratarle una niñera nocturna que cuide al bebé mientras duerme, y que sólo la despierte al momento de amamantarlo. La chica en cuestión es la Tully del título (Mackenzie Davis), fresca, jovial, flaquísima y con toda la vida por delante. La muchacha parece demasiado confianzuda y chismosa, pero pronto demuestra su valía. Y en toda la crisis del post parto se convierte primero en la compañera – y luego en la confidente – de la sufrida Theron.

Desde ya, esto es un gran duelo actoral de Davis y Theron. Irradian naturalidad, sacrificio, emoción a flor de piel. Cada una tiene su propia crisis – la muchacha, enredada con un novio aburrido; la madre, con su drama familiar que la sobrepasa -, pero se vuelven amigas y arreglan sus cuitas. Sí, es una vida de porquería para la Theron pero la gente que la rodea la ama; no hay emoción, solo problemas pero, a su vez, es la vida de ama de casa que siempre quiso. Es una rutina sin sobresaltos, aburrida como el demonio y con sus complicaciones, pero acá hay amor. No hay infidelidades, no hay enfermedades mortales, no hay dramas graves; todo lo que hay se puede manejar, aunque sea agotador.

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Esa es la enseñanza de Tully luego de que ambas mujeres pasen juntas mil peripecias, incluyendo una salida de borrachera para intentar recuperar algo de la juventud perdida… que no va a regresar y se extraña mucho. Ahora ésta es la vida que te tocó vivir y, en realidad, no elegiste demasiado mal de joven.

Quizás los problemas de Tully pasen por dos lados: uno, que termina predicando el conformismo. Uno debe poder encontrar la manera de vivir mejor a pesar de todos los problemas que te da la vida – encontrar la alegría en medio de una rutina devastadora -. El otro drama es la vuelta de tuerca final, que suena artificial y parece armada para poder darle un cierre a la historia. Si, es muy a lo M. Night Shyamalan, pero ¿era necesario?.

Aún con todo ello, Tully es recomendable porque es inteligente la mayor parte del tiempo y está bien actuada. Quizás la primera mitad sea mucho mejor que la segunda – ilustrando con gracia y lujo de detalles los dramas de la maternidad -, pero sin ser una película redonda le vendrá bien a los que tienen treinta y tantos y tienen familia e hijos, sintiéndose identificados en muchos aspectos que trazan – con pinceladas de calidad – Jason Reitman y Diablo Cody… aunque fallen sobre la recta final.