Tully

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

EL BUFÓN DEL REY

Uno de los riesgos mayores que corre el universo cinematográfico que está construyendo Marvel se expresa perfectamente con las películas de Deadpool. Esto es, un universo tan autoindulgente y autorreferencial, que la mirada que estas películas sostienen no va mucho más allá de sus propios límites. Son películas que viven tanto de las conexiones y los links entre ellas, que se termina dando -salvo honrosas excepciones- algo asfixiante e incomprensible para quien no termina formando parte de la tribu. Y el problema se agiganta cuando observamos que el Hollywood que apunta al entretenimiento no parece estar capacitado para darnos nada más allá de las películas de superhéroes. En ese contexto, Deadpool es un malentendido que goza de una recepción demasiado positiva, aunque es entendible: para el espectador que desconoce que allí, por fuera de los superhéroes, hay un mundo, la acumulación de referencias y chistes groseros y autoconscientes que hace el personaje interpretado por Ryan Reynolds es asimilado como algo osado o provocador. Y en verdad estamos ante algo no sólo inofensivo, sino además bastante conservador. Esa es una característica que, si bien aminorada, esta segunda parte no logra superar.

Si los superhéroes de Marvel son ya un universo que no recibe mayor influencia del mundo externo, pensemos entonces a las películas de Deadpool como la ceremonia de entrega del Oscar, con Wade Wilson (Reynolds) haciendo las veces de maestro de ceremonia: los primeros minutos de Deadpool 2, de hecho, acumulan tal cantidad de chistes autoconscientes y canchereadas sobre el mundo de los superhéroes que no hace falta demasiada imaginación para pensar ese prólogo como el monólogo de arranque de Jimmy Kimmel, con la consabidas ironías sobre las estrellas de Hollywood. Cambiemos a Wolverine por Jack Nicholson sentado en la primera fila del Kodak Theatre y la analogía no resultará tan antojadiza. Al igual que el discurso de bienvenida de los Oscar, es un mínimo espacio de burla permitido por la industria. Lo mismo que este Deadpool riéndose de Batman o de Superman o de Linterna Verde: humoradas aparentemente provocadoras que no hacen más que sostener un status quo. Nos burlamos de los superhéroes pero, a la vez, no dejamos de reconocer que los superhéroes son lo más importante -y lo único- del planeta: los chistes nunca son generales sino puntuales y, por eso, mínimos y perdurables por pocas horas. De hecho, la cantidad de chistes para la platea es tan amplia que es casi imposible que la película fracase en el público indicado; público que gracias a distribuidoras y exhibidores de cine es cada vez más amplio, en detrimento de otro tipo de propuestas. Deadpool, entonces, el bufón del rey.

Por eso que en Deadpool 2 los mejores momentos son aquellos en los que se anima a construir humor por fuera de las referencias, como en esa larga persecución donde el espíritu de la película se acerca bastante al del dibujo animado y el protagonista intenta construir un equipo un tanto precario. Posiblemente la presencia de David Leitch en la dirección haya potenciado las secuencias de acción y, por consiguiente, el humor físico por sobre la verborragia algo insoportable del personaje, y también la participación como Cable de Josh Brolin, actor capacitado como pocos para poner cara de póker mientras a su alrededor el mundo estalla en mil pedazos.

De todos modos, la mayor trampa a la que se someten las películas de Deadpool es a querer construir un lazo emotivo entre los personajes, y hacia el espectador. Si en la primera el personaje descubría sus poderes a la vez que las posibilidades del amor, aquí se enfrenta al deseo de construir una familia. Y pasa que el nivel de canchereada es tan alto, que cuando la película nos exige comprometernos con el conflicto del protagonista nos resulta imposible. Esa es la gran deuda de la generación cínica, aunque en verdad no parezca importarles mucho, y por eso que la secuencia final, aunque algo estirada y repetitiva, sea bastante honesta con las posibilidades de la película y llegue para ajusticiar un poco las cosas. Aunque seguramente lo peor de Deadpool es que no sólo se crea el más vivo de la clase, sino también el inventor de la autorreferencia. Se nota que los creadores de esta cosa nunca vieron la serie de Batman con Adam West, esa sí una verdadera osadía capaz de releer un género y construir un universo audiovisual tan distintivo, que es incapaz de morir con el paso del tiempo.