MUJER AL BORDE UN ATAQUE DE NERVIOS
Tully es la nueva colaboración entre el director Jason Reitman y la guionista Diablo Cody, dupla que se hizo conocida hace unos años con la querible La joven vida de Juno, película de bajo presupuesto que logró un impensado éxito unos años atrás. Tully comparte algo con este film: una protagonista con un humor ácido, que en algún punto exterioriza sus problemas en una cantidad importante de frases irónicas y un espíritu sarcástico del que pareciera hacer gala, no como maldad sino como sistema de defensa. También en ambos casos se aborda el tema de la maternidad y el embarazo en torno a dos mujeres protagonistas que no se sienten en condiciones de criar un bebé, de brindarle cobijo y calma.
Sin embargo, las razones por las cuales ambas transitan sendos embarazos con pesar y displacer son diametralmente opuestas. Si el problema de Juno era ser una chica demasiado joven como para sentirse en condiciones de ejercer una verdadera función materna, en Tully la mujer es una persona de unos 40 años cuyo problema es que se siente desbordada por la crianza de sus otros dos hijos, y que ahora afronta un tercer embarazo no deseado en un contexto económico que dista de ser óptimo. A partir de allí, es que la protagonista decidirá aceptar un regalo de su pudiente hermano: la contratación de los servicios de una niñera nocturna (la Tully del título) que velará por el cuidado del bebé mientras su madre descansa.
Desde este lugar, Tully plantea algo distinto a lo que suele verse en el cine de Hollywood (o incluso en el cine en general): una imagen de la maternidad completamente agotada y carente de ternura, donde los hijos pequeños pueden ser también causantes (involuntarios, por supuesto) de una sensación de vacío en sus madres. No es que la película intente proponer una suerte de manifiesto en contra de la maternidad, sino que más bien retrata la maternidad sin la luminosidad con la que suele tratarse.
Muchas veces la película logra reflejar con habilidad esa maternidad más oscura desprovista de felicidad. De hecho, Tully quizás cuente con el parto más desangelado que se haya filmado nunca. Y es en ese tipo de quiebres hábiles del lugar común donde radica una de las virtudes más grandes del film. Otras variaciones pueden observarse en diálogos filosos, y sobre todo en la actuación de Charlize Theron, cuya capacidad expresiva denota su preocupante desmejora psicofísica, así como su progresiva recuperación a partir de la relación afectiva que entabla con la niñera.
Así y todo, hay dos factores que resienten esta película. Uno es cierta necesidad del subrayado a través de los diálogos. El segundo es una vuelta de tuerca final que no conviene revelar. Lo de los diálogos es un defecto menor que no terminan opacando la calidad del film. Su desenlace, en cambio, es un recurso de guión efectista que privilegia provocar impacto en detrimento de profundizar el desarrollo de una relación entre personajes que se perfilaba como enriquecedora para ambas partes (Theron y la joven Mackenzie Davis, ama de casa y niñera respectivamente).
De no haberse apelado a dicho recurso, el resultado posiblemente hubiera sido un film más rico e interesante. Otro caso de tantos en los cuales, tristemente, el afán por ser ingenioso termina atentando contra la propia verdad de una película.