“Turbo” llega a los cines argentinos con la difícil tarea de hacerle frente a los otros tanques animados ya estrenados: “Metegol”, “Monsters University” y “Mi villano Favorito 2”. Para cuando salga este comentario las cuatro películas integrarán el podio de lo más visto en esta primera semana de vacaciones. Un cuarteto de animación, cada uno con su propuesta particular.
La historia pasa por un caracol consciente de ser y estar en el cuerpo y lugar equivocados. No sólo anhela moverse de otra manera y en otro ambiente, sino que también desea fervientemente ser ultra veloz para poder seguir su sueño de correr carreras.
En este contexto, su hermano Chet representa la resignación incondicional a su condición de caracol y se lo comunica constantemente. Digamos, el “no poder ser” más de lo que se es. Una virtual renuncia a cualquier tipo de aspiraciones, lo cual excede a ser simplemente un realista consciente de sus limitaciones
Por circunstancias de esas que hay que tener muy buena voluntad para aceptar en el marco de lo verosímil (ya sé, es de dibujos animados pero todo tiene su código), Turbo cae en manos de Tito, su homónimo en versión humana en tanto querer y creer lo imposible. La diferencia está en las ideas alocadas que se le ocurren para levantar el negocio de “tacos” que tiene con su hermano Aneglo (Sí. La versión humana de Chet)
Turbo no aspira a otra cosa que ser una película con guión de conflicto débil (por ausencia, no por omisión), centrándose casi exclusivamente en mostrar el deseo de superación. Nada más. A decir verdad, para el momento en que se manifiesta un personaje antagonista que podría funcionar mucho mejor para instalar la conveniencia de la sana competencia estamos casi en el final, y ya es tarde.
Al menos no estamos frente a algo pretencioso. El director debutante David Soren se pone al hombro un tipo de producción que, por sus características, es muy difícil volver atrás o filmar de nuevo. “Turbo” cumple con la tarea de entretener, sobre todo a los pibes tuercas, y deja lo mejor del humor para Tito. Está lejos de convertirse en un clásico, pero justifica el paseo con los chicos.