Turbo

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Un caracol a mil

De Meteoro a Cars, hubo películas para chicos sobre la velocidad, pero pocas tan fantasiosas como la de este gasterópodo rápido y furioso.

Aunque tiendan a la confusión, las de hoy no son páginas deportivas, sino de cine. Lo que pasa es que con el estreno de Metegol, gran apuesta animada del Oscar winner Juan José Campanella, y Turbo, lo nuevo de DreamWorks, el fútbol y el automovilismo han abierto sucursales en la gran pantalla. Pero acá se hablará de cine, aunque es inevitable no acercarse al origen que alimenta el imaginario sobre el que se desarrollan estos films, que en el caso de Turbo es el universo adrenalínico del Indycar, clásico del fast and furious made in USA. A pesar de que no es el primer producto infantil ambientado en las carreras de autos (Pixar ya les sacó rédito con las dos Cars, por no hablar de antecedentes como Meteoro), Turbo desvía la apuesta hacia una estética más realista, aunque el disparador no puede ser más fantasioso. Tanto como poner un caracol a correr en las famosas 500 Millas de Indianápolis.

Turbo es un romántico que quiere ser caracol de carreras y es fanático de Goyo Ganador, gran campeón de Indycar, de quien todas las noches ve un video en el garaje de la casa en donde vive. Esa fantasía lo convierte en el hazmerreír de su colonia y la vergüenza de Chet, su hermano mayor, quien aspira a convertirlo en un elemento útil a la sociedad. Una noche, luego de que una carrera contra una cortadora de césped casi le cuesta la vida, Turbo irá a dar a una picada de autos tuneados, donde recibirá un baño accidental de nitrox. El resultado: acaba convertido en un caracol realmente veloz. Y otra serie de hechos lo llevará a ser capturado por Tito, un mexicano tan ingenuo como él, que junto a su hermano tiene un puesto de tacos en un paseo comercial de mala muerte junto a una autopista. El fenómeno único de la velocidad de Turbo representará para Tito la posibilidad de promocionar su comercio; y el iluso empeño de Tito será para el caracol una puerta a su ilusión de correr en Indianápolis junto a su ídolo.

Turbo es un pastiche que cruza la grasada cool de alto octanaje de Rápido y furioso con las historias de superhéroes y las sagas de superación, habituales en las películas deportivas con Rocky a la cabeza, incluyendo la obviedad de “Eye of the Tiger” en la banda de sonido. Aunque no deslumbra, Turbo es un entretenimiento eficiente, con algunos subtextos de interés, relacionados con su relectura modelo siglo XXI del sueño americano. En primer lugar, su relato alienta el inconformismo y la ambición, esenciales para mantener la ilusión del progreso mágico que es el soporte ideológico de la sociedad estadounidense. A diferencia de Ralph, el demoledor, película de Disney tan brillante desde lo estético como ranciamente conservadora, que justamente hacía agua al proponer la idea de que lo mejor es conformarse con el lugar que la vida (y la sociedad) imponen, Turbo vuelve a las raíces del “mito americano”, afirmando que hay sueños difíciles pero no imposibles.

Tan a las raíces vuelve la historia del caracol más rápido que sus creadores supieron actualizar con inteligencia a los depositarios del sueño fundacional. En lugar de irlandeses e italianos, los inmigrantes de siempre en el cine, acá son los mal llamados latinos, el elemento más joven del complejo genoma estadounidense, los que encabezan la lista de descastados que corren por un sueño. Ellos serán quienes se beneficien con el mundo de oportunidades para todos que se abre cuando se consigue atravesar la cada vez más amurallada frontera que separa a los Estados Unidos del resto del cosmos.