Buen registro de un entusiasmo de los 90
Le preguntaron al viejo maestro Fernando Birri para qué sirve la utopía. Y respondió Es como el horizonte. Uno camina dos pasos, el horizonte retrocede dos pasos. Uno camina tres pasos, el horizonte retrocede tres. ¿Entonces para qué sirve? Sirve para caminar. Y cuando miramos una utopía vieja, seguramente servirá para no olvidar. Es lo que hace este documental recordando un entusiasmo de los 90 y una campaña que ya pasó.
El entusiasmo es el de la gente que en los 90 hizo el Canal 4 de Caballito, una televisora vecinal instalada en el living de la casa de su fundador Fabián Moyano. Televisora gratuita, sin fines de lucro, por puro gusto, con avisos de comercios locales y participación de talentos diversos, o por lo menos comedidos de buena onda. Ahí se foguearon aspirantes a reporteros, animadores, locutores, un guitarrista que acompañaba a los espectadores que cantaban por teléfono, un viejo poeta que condujo su propio programa literario bajo la advocación de Nalé Roxlo (mi corazón eglógico y sencillo), un comentarista de cine que pasaba películas del videoclub barrial elegidas con criterio notable, y a veces también videofilms todavía sin difusión comercial. Algunos sólo probaron qué era eso, otros hicieron ahí sus primeras armas, como Sebastián Deus, hoy profesionalmente dedicado al cine documental.
Es él quien rescata y digitaliza viejos archivos de vhs, y rastrea a televidentes y participantes de aquel entonces (el cronista Jorge Grez, un vendedor de discos viejos que tuvo su programa musical, etc.) que evocan la experiencia varias veces interrumpida por reclamos de los canales abiertos y de las nacientes cadenas de cable. Las denuncias iban seguidas de allanamientos (hubo 12), y éstos incluían robos de equipos. El cierre fue en 1999.
Los registros incluyen un recital callejero, una campaña de firmas, la cobertura de manifestaciones de jubilados, etcétera. Y también, alternando con ellos, se registra la campaña por la Ley de Medios de 2010, con exposiciones en el Congreso, la interrupción a una diputada por parte de cierta gente metida entre los periodistas, y todo ese otro entusiasmo que culmina la noche de la aprobación en el Congreso, cuando un diputado anuncia su voto positivo porque ha venido mucha gente a pedirme que salga sin modificaciones. Euforia generalizada. Curiosamente, todavía no ha surgido ninguna otra experiencia independiente de similar inocencia e igual peso.