Y los sábalos desaparecieron del Pilcomayo
Hay un momento notable en Uahat, segundo largometraje del trío integrado por Julian Borrell, Franco González y Demian Santander, enfrascados aquí en un viaje documental por el norte de nuestro país, en la zona fronteriza con Bolivia y Paraguay. Ocurre cerca de la mitad del metraje, luego de que un miembro de la comunidad wichí –uno de los portavoces de la denuncia que ocupa el centro del film– explica a los realizadores cómo y por qué el río Pilcomayo ya no les regala esos sábalos que sus antepasados vienen pescando desde hace quién sabe cuántas generaciones. Hay un corte de montaje y de su rostro y su voz se pasa a un plano general que muestra el disminuido caudal del ahora riacho, mientras una máquina lucha en vano por tratar de reencauzar esas aguas a su recorrido natural. En ese choque de imágenes y sonidos se resumen muchas de las cuestiones y problemáticas que rodean a los pueblos originarios en nuestro país y en Latinoamérica en general: su voz casi nunca escuchada, la imposibilidad de regresar a su estilo de vida original, la desidia general de toda clase de gobiernos, más allá de algún puntual y momentáneo parche.
Es una pena que ningún otro momento del film esté a la altura de ese instante revelador, porque las intenciones del trío de realizadores –poner la cámara y el micrófono al servicio de las demandas de un grupo de ciudadanos argentinos y bolivianos– es no sólo necesaria, sino indispensable. En un principio el proyecto de Borrell, González y Santander era un trabajo por encargo sobre las artesanías en el Chaco salteño, pero decidieron quedarse algunas semanas más para conocer la situación actual del río Pilcomayo, corrido de su cauce natural desde los años ’90. Un acuerdo transnacional entre Argentina y Paraguay, conocido como Proyecto Pantalón, terminó derivando casi todo el caudal de agua hacia territorio paraguayo, consecuencia directa de la falta de inversión en el mantenimiento del canal derivador durante los últimos años y la consiguiente colmatación del río. “No hay ningún pantalón con una sola pierna”, dice el delegado wichí. Y algo similar opinan algunos kilómetros hacia el norte, en un pueblo de pescadores de la comunidad weenhayek, ya en territorio boliviano, que sufre la escasez de peces en temporada de pesca.
Resulta claro que las comunidades del país vecino están más activas y que poseen más herramientas legales para defender sus intereses. Pero tampoco pueden hacer mucho más que elevar sus quejas y viajar casi a último momento a una minúscula cumbre en Asunción para hacer oír sus voces. El equipo de rodaje se despide de ellos, hacia el final de Uahat, con algo de tristeza, aunque la esperanza no se ha perdido del todo, según confiesan los representantes poco antes de alejarse. A pesar del uso de la cámara en mano y de una intensa cercanía con los protagonistas de la lucha, Uahat no es muy diferente a un buen informe televisivo. Aunque, por cierto, con mucho más tiempo para exponer la problemática y sin periodistas o conductores estrella de por medio. En ese sentido, el film cumple su cometido principal: describir un estado de situación y hacer la denuncia correspondiente.