Adolece de un didacticismo demasiado pesado, que atenta contra el diseño animado.
Lejos, muy muy lejos de su modelo Trolls, este cuento de juguetes rechazados que intentan volverse aceptables y se enfrentan a muñequitos perfectos de canción en canción adolece de un didacticismo demasiado pesado, que atenta contra el a veces muy bello, a veces muy funcional, a veces aburrido diseño animado.
Y no, es lo que sucede cuando, en lugar de Justin Timberlake, una de las voces la hace Pittbull, quien, como todo el mundo sabe, es un perro.