Luciano Romero construye un mundo donde la precariedad es la marca inexorable en un mundo de necesidades económicas irresueltas. Ya desde el comienzo el film es contundente. Y aunque luego se interne en la relación padre e hijo entre dos albañiles, el derrotero de esa relación también se desestabiliza sin remedio. El que sobrevive, se embarca en una posibilidad de trabajo en negro, sin reglas básicas de seguridad y luego en una espiral donde la violencia y el apriete se enseñorean a gusto. Pobres contra pobres, poderosos sin escrúpulos, verdades a medias. El mundo de la construcción con sus escenarios de edificios sin terminar, enormes y despojados de todo abrigo. Con buenos climas y buenas actuaciones, esa tensión en las vidas de los protagonistas está muy bien lograda. Un salto en el tiempo permite alguna enseñanza, una mirada esperanzadora, no demasiado convincente.