Habrá que ir juntando pedacitos,
armando despacito un sueño pa’ soñar.
Las primaveras serán para cualquiera
y pobre del que quiera robarnos la ilusión.
NECESITO UN GOL
La película apertura de este 24º BAFICI es una contradicción en sí misma, una especie de Gato de Schrödinger cinematográfico (¡!), que resulta, a la vez, oportuna y anacrónica al contexto de su estreno. Oportuna, porque en el centro de su narrativa está la posibilidad de que nuestro país resultase tricampeón mundial de fútbol; anacrónica, porque sitúa aquel triunfo en un incierto pasado cuando, en realidad, estaba en el inmediato futuro. Acaso la victoria contra Francia haya venido a desafiar, entre otras cosas, cierto estado de resignación que se adueña del acto final de Último recurso (y de gran parte de las producciones locales actuales). Sin embargo -y para ofrecer una lectura más afín al relato propuesto por la película y menos a los insoslayables hechos posteriores a su realización-, sería justo decir que ese derrotismo tiene más que ver con el agotamiento de los limitados (valga la redundancia) recursos a la hora de investigar el pasado reciente de nuestra historia cultural, que con el devenir futbolístico de nuestra nación.
El escenario de Último recurso es, durante la mayor parte de su extensión, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí, en las oficinas de la publicación deportiva que da título a la película, trabaja Laura (María Villar), una desganada periodista que, a pesar de su actitud desencantada, todavía guarda un poco de pasión por su tarea. El ingreso de una nueva empleada, Julia (Tamara Leschner) coincide con la aparición de un misterioso sobre en el buzón de la revista, que contiene una grabación antigua. Escuchando el poco inteligible relato futbolístico de la grabación, Laura descubre la puerta a un apasionante misterio: el primer Mundial de Fútbol podría haberse jugado cuatro años antes del de Uruguay en 1930 y Argentina podría haberlo ganado, derrotando ni más ni menos que a Alemania.
Laura y Julia ponen en marcha una investigación por la que desfilarán viejos porteños llenos de memorabilia futbolera, un anciano japonés que insiste en comunicarse a través de su hija a pesar de conocer el castellano, siniestros personajes de la Alemania nazi y una película nacional de principios de los años 60′ a la cual se puede acceder -como a la mayor parte de la historia cinematográfica de nuestro país- en calidad precaria a través de YouTube.
A lo largo de la búsqueda, la opacidad de las fuentes se vuelve una constante cada vez más difícil de sortear, a la vez que el misterio adquiere escala e implicancias cada vez mayores y se vuelve más apasionante. En este plano, podría pensarse a Último recurso como una suerte de “prima” de Trenque Lauquen, la reciente película de Laura Citarella. Allí también una mujer se obsesiona con una historia oculta en objetos del pasado y emprende una investigación con destino incierto, al punto de convertirse, ella también, en parte del misterio. Las protagonistas de Último recurso se detienen un poco antes, sin poder franquear las esclusas de aquello que está oculto, o con la suficiente cordura como para desistir de ello. Algo del enigma, sin embargo, persiste; la llama de la curiosidad no ha sido del todo apagada. Una curiosidad que nos lleva a indagar en el pasado y que, con algo de optimismo, encienda el interés por su rescate.