Últimamente, parecen haberse puesto de moda las películas sobre viejos, sobre personas de la tercera edad que sienten que tienen su última oportunidad en la vida, hombres mayores que deciden hacer un viaje o embarcarse en una aventura alocada para sentirse “vivos” una última vez. Las consecuencias de esto pueden ser, cuanto menos, nefastas, en especial cuando se da por sentado que poner a cuatro o cinco gerontes haciendo ridiculeces, o burlándose de temas etarios es, intrínsecamente, gracioso.
En general, no lo es. Porque se recurre a tópicos relacionados con el envejecimiento (achaques físicos, impotencia, anacronías, etc) y se los usa una y otra vez como talismanes del humor. O se pone a los actores a hacer el ridículo porque supuestamente es gracioso ver a viejos (no a cualquier viejo) bailando, consumiendo alcohol o drogas o intentando coger con pendejas. Nada de todo esto es gracioso si no hay un buen director atrás, un ojo que guíe todo hacia la comicidad, que acompañe a los actores por el camino del humor. Y que tenga amor y oficio.
El año pasado se estrenó Tres Tipos Duros (Stand Up Guys), con Al Pacino, Christopher Walken y Alan Arkin, una suerte de buddy movie en la que tres viejos criminales amigos se reencontraban para perpetrar un último trabajo y sentirse de nuevo como en su gloriosa juventud.
Al Pacino era una especie de caricatura de sí mismo, con la cara deformada, totalmente desbocado, con esos manierismos y latiguillos otrora simpáticos -ahora devenidos en patéticos-, víctima de un director que solo sentía desprecio por él y lo ridiculizaba de todas las formas posibles. Resultaba también un poco triste ver a Christopher Walken secundando a Pacino en ese rol, conformando una dupla de viejos cansados, acabados por la vida, que casi ni coger podían. Alan Arkin salía un poco más airoso de la situación, acaso porque lo conocimos más bien de grande -y el proceso de reconocimiento de la vejez del otro que se produce en nuestra mente de espectadores es distinto-, acaso por esa cuota de impasividad que tiene Arkin, una serenidad que es sinónimo de sabiduría y aplomo en ese rostro aún cinematográfico.
Este año, la benevolencia navideña y la misericordia divina nos obsequian Último Viaje a Las Vegas.
Last Vegas se vale de una premisa similar a la de Tres Tipos Duros: viejos amigos (y amigos viejos) que se van de parranda por una última vez, nada menos que a Las Vegas, en ocasión de la despedida de soltero de uno de ellos. El resultado: una sucesión de situaciones previsibles y bobas, de gags totalmente estúpidos, episodios vergonzosos, falta de timing, malas actuaciones, música iterativa en tonalidades menores en los momentos supuestamente “emocionales, serios y profundos” (que no son pocos, ya que hay un tema del pasado que viene a hacer ruido en el presente), solemnidad de la peor calaña, y una cámara que no sabe qué hacer en ningún momento. Situaciones forzadas dentro de vínculos de amistad forzados, que utilizan la vejez y los mega clichés de la vejez como chistes que jamás funcionan: que la próstata, que la medicación, que el Viagra, que los boliches y la música actual, que la vista y los anteojos, que el Speed con Vodka, que las pendejas y el sexo con las pendejas. Como si esto fuera poco, hay humor físico del más torpe (la escena en la que Michael Douglas tira a De Niro a la pileta y en la que un DJ le refriega las bolas al actor de Buenos Muchachos por la cara casi me hacen llorar de tristeza) y ni un atisbo de originalidad.
Nuevamente, al igual que con Stand Up Guys, uno siente pena al observar a los actores: De Niro, por supuesto, en piloto automático, incapaz de abandonar el ceño fruncido, marca heredada de la saga Los Fockers; Michael Douglas, un muñecote bronceado, con el pelo color “almendra” y la cara rígida por las cirugías; Kevin Kline en modo expansivo, con casi un único tagline que repite hasta el hartazgo; Morgan Freeman, el más decente de todos.
Hay una cuestión con ver a estos tipos envejecer y hacer el ridículo como lo plantean estas películas: fueron demasiado para nosotros, tienen mucha historia atrás, muchas grandes películas que se convirtieron en obras de culto gracias a ellos. Personifican una sensación de nostalgia por el cine del viejo Hollywood, son parte de esa historia.
Llama la atención que ciertos directores del mainstream hollywoodense agarren a estos actores y los pongan en comedias pésimas, que simplemente no funcionan, con una dirección de actores fallida, provocando así una sensación de extrañamiento en el espectador: uno no puede evitar preguntarse qué hacen estos grandes actores acá y dónde está el supuesto humor.
Pareciera que la industria de Hollywood se la está agarrando con quienes fueron íconos de una generación y los trata con un desprecio inusitado, los humilla en vez de aprender de ellos, aprender de esa tradición y transformarla justamente en humor, pero desde la nostalgia por el pasado, por ese pasado glorioso (pensemos en Space Cowboys), que ya no vuelve, pero que encuentra en estos grandes actores sus huellas más palpables. No hay aprendizaje ni redescubrimiento del tiempo pretérito, solo un distanciamiento cínico que no da lugar a otra cosa más que la ridiculez absoluta.
Cuando hay amor y un buen director atrás, estos actores son el nexo entre presente y pasado (Sie7e Psicópatas), capaces de impregnar una obra con esos códigos, esa épica, esa grandeza y esa tradición. No son viejos gagás haciendo el ridículo, sino piezas de nuestra historia, de nuestra vida, de nuestra cinefilia, que vienen a recordarnos que todavía siguen vivos y que tienen tanto o más que antes para darnos.