Una comedia geriátrica que se toma muy en serio
La gacetilla de prensa habla de “cuatro oscarizadas leyendas del cine, con seis Oscar, con películas que han recaudado casi 16 mil millones de dólares, juntas por primera vez en la gran pantalla”. El gancho comercial, parece, está encaminado. Lástima que no hay nada en Ultimo viaje a Las Vegas más allá de ese concepto: Michael Douglas, Robert De Niro, Morgan Freeman y Kevin Kline sueltos en la ciudad de la perdición. Sería un error del espectador pedirle a cada película situada allí el grado de salvajismo de ¿Qué pasó ayer?, pero sí un poco más que una serie de chistes sobre los achaques de la edad, la sexualidad (otro más sobre el Viagra y van...) y la imposibilidad de comprender las costumbres de “los jóvenes”, todo atravesado por ese empecinamiento adoctrinador de las bondades de la experiencia típico de las cada vez más habituales comedias geriátricas.
El cuarteto está unido desde hace años. Muchos. 58, para ser más precisos. Ahora superan los 70. Uno de ellos (Kevin Kline) hace ejercicios acuáticos con su mujer y una horda de jubilados. Otro (Morgan Freeman) es cuidado con recelo por su hijo mientras se recupera de un derrame cerebral. El tercero (Robert De Niro) vive encerrado en bata en su departamento, signo inequívoco del dolor de una viudez reciente. El último la pasa bárbaro: es un pendeviejo con plata, una mansión y una mujer de treinta y pico que está buenísima. Está interpretado, obvio, por Michael Douglas, el único que hace lo que debería hacerse en este caso de películas, que es no tomársela demasiado en serio. El casamiento de este último disparará el reencuentro de la manada en Las Vegas. Manada que está resquebrajada: Douglas no fue al entierro de la mujer de De Niro porque, hace mil años, estaba enamorada de ella y sin embargo se la cedió en bandeja a su amigo. Marche un pase de facturas para el desenlace.
El viaje no será más que un encadenamiento de situaciones, en el mejor de los casos simpáticas, en cuyo norte está la idea del descubrimiento de que ser viejo no está tan mal. En ese sentido, el defecto principal de Ultimo viaje a Las Vegas es que no puede esconder la óptica propia de la etapa biológica de sus creadores, todos ellos sub 50, reduciendo todo el asunto a una referencialidad constante de la edad, como si el principal meollo de los post 70 sea justamente ése, que son post 70 y viven pendientes de eso. El resultado, entonces, no es un retrato sobre la vejez, sino sobre los temores de cómo sería llegar a ella. Así, fallada desde su misma concepción, imposibilitada de comprender a sus personajes, la película irá elevando su tono de moraleja boba, con uno dándose cuenta que ama a su mujer, el otro que su hijo es un rompebolas, el tercero que tiene que seguir adelante y el último que no tiene demasiado que hacer con una pendeja. Bastante poco –casi nada– para “cuatro oscarizadas leyendas del cine”.