Saldando deudas en la Ciudad del Pecado
“Último viaje a Las Vegas” es más unas vacaciones para los actores que encabezan el elenco que para los personajes que interpretan en la historia. Cuatro estrellas del firmamento hollywoodense, destacados por ser particularmente activos a edad madura, se animan a reírse de sí mismos, encarnando a cuatro veteranos que se atreven a desafiar los achaques de la edad y confrontar con el universo de la juventud que debería expulsarlos: la música electrónica, las turgentes carnes de las señoritas, el vodka con energizantes y la fiesta permanente que se puede encontrar en la Ciudad del Pecado.
También se ríen de los estereotipos que han sabido construir: Robert De Niro es por supuesto el gruñón con matices sensibles, Michael Douglas es el galán en busca de mujeres jóvenes, Morgan Freeman es el cool y mentiroso y Kevin Kline el cómico sin esfuerzo.
Aquellos cuatro pibes
La historia arranca con cuatro chicos neoyorquinos en la década del 50, sacándose fotos en una máquina automática. Son Billy, Paddy, Sam y Archie, “los cuatro de Flatbush”, una barrita de pibes de Brooklyn en tiempos humildes pero más fáciles. La quinta pata del grupo es Sophie, adorable niñita a la que Billy y Paddy ya quieren darle besitos.
Unos 58 años después, la vida los llevó por distintos caminos. Billy es un hombre de negocios, bronceado y bien teñido, que vive en Malibú con su novia treintañera; nunca se ha casado. Sus amigos parecen más achacados: Sam vive en Florida con su esposa de cuatro décadas, el lugar donde se retiran muchos jubilados a esperar la muerte. Archie se ha divorciado dos veces, ha tenido un ACV y su hijo no le deja hacer nada. Y Paddy se la pasa en bata y calzoncillos rodeado de retratos de Sophie: sí, la niñita lo eligió a él y estuvieron casados toda la vida, hasta que ella murió hace un año.
Cuando su mentor muere, Billy decide pedirle matrimonio a la joven Lisa, cuyo padre tiene más o menos su edad. La idea es una pequeña boda en Las Vegas, y decide notificar a sus viejos amigos. Rápidamente, surge la idea de Archie y Sam de organizar la despedida de soltero, yendo unos días antes a la ciudad de la joda y la timba, un poco también para escapar de sus vidas cotidianas. El problema va a ser llevarlo a Paddy, entre su ensimismamiento y algunas deudas pendientes con Billy, que serán claves para la historia.
Entre el ayer y el hoy
Sin demasiadas pretensiones, el guión de Dan Fogelman (autor de varios filmes animados como “Cars” o “Enredados”), bajo dirección de Jon Turteltaub (que saltó a la fama con las dos cintas de la franquicia de “La leyenda del tesoro perdido”) juega en los límites del verosímil (como mucha comedia liviana que se hace por ahí) pero trabaja a varias bandas: por un lado, está la comedia pura que surge de la tensión de cuatro viejos sueltos entre pulposas chicas bolicheras, transformistas, acróbatas del Cirque du Soleil (buena promoción para el espectáculo “Zarkana”) y todo lo que debería ser opuesto a estos pasados de moda, que tendrán que ponerse al día, o aún mejor: “tener onda” sin negar su historia, como cuando eligen los trajes para la fiesta.
Pero la contracara de esto es la tragedia de ser viejo en un mundo que parece promover la juventud eterna, y de que la vida se haya pasado tan rápido: “Hace un pestañeo teníamos 17 años, ¿qué pasó?”, dice Billy. Una vida atravesada por cosas que están entre Billy y Paddy, algunas que Sophie se llevó con ella, le dará arquitectura dramática a la cosa.
Y en relación con esto, no faltará el costado de comedia romántica, cuando se les sume una nueva quinta: Diana Boyle, una abogada que cuando se quedó sin trabajo y envió a su hija a la univesidad, consiguió un puesto de cantante en el bar de un casino a cambio de asesoramiento a uno de ahí adentro. Encantadora, humana y “vivida”, Diana pondrá en crisis la relación entre los dos viejos competidores, e incluso la razón misma de estar ahí.
Póker de actores
Todo fluye naturalmente para que los cuatro actores se diviertan y nos diviertan a nosotros en el proceso, para que se luzcan con lo que mejor saben hacer. Sus personajes les quedan comodísimos: Douglas mirando escotes, De Niro quejándose y mirándose los nudillos frente al espejo, Freeman con sus sonrisas de nariz fruncida y tirando bailecitos y Kline como el achacado feliz por “estar disponible”. No necesitan más, podrían hacerlo hasta dormidos.
Allá por 2009, cuando en estas páginas comentamos la comedia romántica “La propuesta”, hablábamos de que Mary Steenburgen demostró que podía ser la mejor mamá del mundo audiovisual gracias a la serie “Joan of Arcadia”, y que en la película de referencia estaba a la altura. Por suerte para ella y para nosotros, “Último viaje a Las vegas” la recupera como mujer, y como qué mujer. Steenburgen (que la última vez que fue “interés romántico” fue en “Volver al futuro III”, más o menos), con su acento del medio oeste, su voz suave al cantar (¿una Anita O’Day, una Rosemary Clooney?) y su porte (un metro y 73 centímetros muy bien ocupados) se convierte en una mujer deseable para un par de veteranos y, por qué no, para todas las edades. Una señora de varias décadas no apta para exabruptos anatómicos a lo Ricardo Arjona: a fin de cuentas, a Ted Danson le sigue gustando, y permanece allí donde Malcolm McDowell gustó de estar.
El resto del elenco acompaña bastante bien desde su segundo plano: destaquemos aquí a Bre Blair (Lisa, la novia de Billy), Michael Ealy (Ezra, el hijo de Archie), Joanna Gleason (Miriam, la esposa de Sam), Andrea Moore (la joven soltera también en despedida), April Billingsley (su dama de honor), Jerry Ferrara (Dean, un jovenzuelo al que agarran de máquina y terminan “educando”), Romany Malco (Lonnie, el empleado del hotel Aria, otro que se promocionó con la película) y Roger Bart (Maurice, el transformista que hace de Madonna), más las apariciones de figuras de la música como 50 Cent y Redfoo.
Con todo esto se construye una pequeña fábula sobre cómo encarar la vida independientemente de lo que se supone que vaya a durar.