Amigos son los amigos
Son épocas. Por momentos la industria del cine animado se repite y con conocimiento de causa y de números en la taquilla, por eso no es un error ver en un mismo año tres o cuatro producciones sobre perros que hablan y quieren salvar su vecindario, dos o cinco sobre dinosaurios y dragones, algunas sobre héroes comunes que día a día la pelean, y, como en este caso, varias sobre yetis.
A las recientes Sr Link y Pie pequeño, ahora se agrega Un amigo abominable (Abominable, 2019) como exponente de films que toman la leyenda del eslabón perdido para construir relatos sobre la integración, amistad, la familia y el entender a otro como un vehículo de expresión de uno, entre muchas otras cosas.
En Un amigo abominable, de Jill Culton y Todd Wilderman, hay una niña llamada Yi, que convive con su abuela y madre mientras reparte las horas de su día paseando perros, haciendo de babysitter y practicando su música. Sueña con triunfar en la industria con su violín (heredado del padre) para ofrecerle a los suyos un respiro, principalmente, económico.
Cuando un día descubre en su terraza a Everest (así lo apoda), un gigantesco yeti, que se escapó de las garras de una siniestra empresa que lo tenía como objeto de pruebas contra su voluntad, sabrá que su pasión por las melodías trascenderán sus propias limitaciones al configurar un grupo con la bestia para devolverlo a su lugar de origen y transformarse, ambos, en mejores personas/seres.
En el medio el guion expondrá a Yi junto a un grupo variopinto de amigos y obstáculos, los que, sin dudas, configuran el espíritu de un film que tiene muchísimos puntos en común con Sr Link, pero que intenta, con algunos gags y escenas, buscar su propia mirada sobre el abominable hombre de las nieves.
La principal dificultad del relato radica en sostener de manera fluctuante el camino hacia la liberación de Everest, con lugares comunes, trillados remates y, principalmente, la subestimación hacia el espectador (adulto o infantil) por resolver de manera precipitada los conflictos que presenta.
Si en Un amigo abominable el camino del héroe tuviera un sentido más que el de encauzar la historia hacia la reivindicación de la amistad como posible salida de los claustros impuestos para algunos, su razón de ser escaparía a los canones que la industria animada está atravesando en la actualidad: la extrema corrección política.
Yi y Everest como representantes de minorías, posibilitan otro tipo de reflexión post visionado, analizando un mundo en el que nada ni nadie está exento de ser objeto de castigo por el solo hecho de ser diferente, y por ahí, en el descubrimiento de ese costado no tan superficial, su acercamiento independientemente de sus características animadas, pueden servir de base para que los espectadores más pequeños sumen herramientas a la hora de enfrentar/se con el mundo real.
Un amigo abominable no inventa nada nuevo, al contrario, subraya esquemas y estereotipos para configurar su universo y su cuento sobre estos amigos que intentan sobrevivir, como pueden, en un contexto cada vez más hostil, agregando dosis de humor y música para hacer más llevadero el relato, el que, aún en sus lagunas y olvidos, puede servir como base para aquellos que se sienten solos y oprimidos, o que alguna vez fueron discriminados por etnia, color, tonada o elemento constitutivo diferente a aquello que la norma indicaba como correcto.