En la introducción de este estreno online tenemos una panorámica de un sector destruido de una ciudad totalmente cubierta por la nieve. Alguien corre y soldados de un futuro (¿cercano?) lo persiguen a balazos. El héroe tiene un compañero con quién entabla un rápido diálogo. Un diálogo que, vuelto a la realidad, los encuentra sentados en el banco de un aula de colegio secundario. En verdad, Raphaël (François Civil) está escribiendo un cuento llamado "Zoltan" (el paladín que vimos en los primeros dos minutos) pero que no quiere dar a leer "hasta que esté perfecto" según le dice a Félix (Benjamin Lavernhe), su amigo y compinche de toda la vida.
Segundos después Raphaël conoce a Olivia (Joséphine Japy) en una recóndita habitación del colegio en donde ella se encuentra tocando el piano sola porque no desea ser escuchada "hasta que suene perfecto". Adivine qué pasa entre estos dos…
La introducción de Un amor a segunda vista remite a aquella Tras la esmeralda perdida (Robert Zemeckis, 1984) y si bien aquel ya clásico se codeaba más con Indiana Jones que con el drama urbano, ambas son una historia de amor.
Dentro del contexto de la típica comedia romántica sobre chico-conoce-a-chica el filme se toma la licencia de contar toda esta historia de amor durante los títulos. Se conocen, salen, se ríen, juegan, hacen el amor, van creciendo en sus proyectos individuales o sea, él pega un superéxito editorial y ella se convierte en una excelente pianista de concierto. Cuando el montaje, veloz por cierto, llega a su fin es cuando arranca la parte de esta historia que el director realmente quiere contar es decir, tal como sucede en los cuentos de hadas (y este casi que lo es) hay un despertar en el cual la realidad se ve completamente cambiada.
Luego de una noche de "discusión", Raphaël despierta en otra casa, otro lugar y la circunstancia de todos los personajes que vimos hasta ahora, están modificadas. La pareja no existe, la fama tampoco y ahora deberá ver de qué manera resuelve este intríngulis.
Un amor a segunda vista se apoya en un argumento que se codea con las realidades alternativas que a su vez encuentran su razón de ser en buscar una respuesta posible a la pregunta "¿Qué pasaría si...?" y ese eje es por donde transita esta aventura. Una comedia que como suele suceder en el cine francés, aún en el más burdo y comercial, trabaja mucho más sobre los personajes para poder llegar al justificativo de sus acciones y por ende, necesita de un buen elenco.
François Civil, Joséphine Japy y Benjamin Lavernhe ofrecen el talento y la frescura necesaria para que la lograr la empatía con el espectador y se sobreponen a los clichés que este tipo de producciones tiene (y necesita tener, claro). Por otro lado, y sin pretender inventar la tostadora eléctrica, Hugo Gélin aborda su tercer largometraje con la solvencia de saberse ocupado en el costado humano de sus personajes como ocurría con Dos son familia (2017) y también su opus anterior en el cual hablaba de la amistad.
Es cierto que uno debe hacer algunas concesiones si desea continuar y se enganchó con los personajes. No hay una explicación de por qué la realidad cambia de un día a otro y sucede lo que sucede porque el guión simplemente omite hacerlo, entrando así en un terreno bastante riesgoso. También hay falta de reacción en algunas situaciones que nos llevan a dudar si el protagonista es pudoroso o tonto lisa y llanamente. Esa carencia de reflejos, teniendo a la chica frente a frente y con tiempo suficiente, dilata el relato y le quita sorpresa pero de nuevo, es gracias al elenco que el barco sigue a flote.
A los efectos del entretenimiento, será conveniente no hacerse tantas preguntas y prenderse a las virtudes de Un amor a segunda vista que en definitiva es eso: otra historia de amor.