El cine nos ha demostrado que el género de la comedia romántica puede dar como resultados películas entretenidísimas o soporíferas. Ni una cosa ni la otra, ni chicha ni limonada dirían los mayores, Un amor a segunda vista parte de una idea ya probada -sí, como eficaz-, pero que termina aburriendo por cansancio.
Imaginen Como si fuera la primera vez, pero sin tanto humor. Los protagonistas son Raphaël y Olivia. Se conocen de manera fortuita en el colegio secundario, sienten como un flechazo, él está escribiendo una novela, ella es concertista de piano. El amor crece, pasan diez años, se casan, él triunfa y se vuelve entre engreído y desconsiderado con su mujer, y ella, que ha dejado de lado sus aspiraciones artísticas vaya uno a saber por qué, un día se harta.
Ya no está en el departamento de 300 metros cuadrados. Cuando su amigo de toda la vida lo pasa a buscar, no lo hace en el Audi, sino en una motoneta. Y cuando va al colegio, no es para que los alumnos le pregunten por Zoltan, el personaje de su saga literaria, sino que es el profesor de Literatura.
Por otro lado, ya lo adivinaron: Olivia sí siguió con su carrera, es exitosa y Raphaël “descubre” que debe volver a enamorarla para romper el hechizo o lo que haya pasado con su vida.
Un amor a segunda vista no solamente es extensa -117 minutos- sino, lo que es peor, se hace larga. Entre que Olivia está de novia con su manager y a Rapha no lo recuerda ni por asomo (ambos se habían desmayado al mismo tiempo esa noche en que se conocieron), todo deambulará por lo trillado, lo ya visto y…
Por si deciden alquilarla on demand, no sigo.