Podrán cambiar los modelos de consumo, pero el cine conserva intacta su capacidad de imaginar mundos imperados por la solidaridad, la ausencia de cinismo y la camaradería. Es el caso de Un amor cerca del paraíso, un relato tan noble como previsible en cuyo núcleo asoman temas como la amistad, el amor y la familia.
Todo arranca con Cheng (Chu Pak Hong) y su hijo Niu Niu (Luca Suan) llegando desde Shanghái a un pequeño pueblo en la zona rural de Finlandia en busca de una persona de la que solo tienen el apellido. Con un inglés algo rústico y cargado de valijas, padre e hijo paran en un pequeño restaurante regentado por Sirkka (Anna-Maija Tuokko), quien, al igual que los parroquianos que pasan largas horas allí, no tiene la más mínima idea de quién es la persona que buscan.
Sin lugar a donde ir, y con un doloroso pasado que obviamente se irá revelando a medida que avance el metraje, Cheng y su hijo aceptan la oferta de Sirkka y se instalan en un cuarto del lugar. Para suerte de ella, Cheng resulta ser un reputado chef de Shanghái, por lo que apenas llegue un numeroso contingente de turistas chinos pondrá las manos en las ollas y sartenes para cocinar un menú acorde al paladar oriental. Tan bien cocina, que el restaurante cambia la carta para empezar a ofrecer únicamente las delicias del chino.
La película del finlandés Mika Kaurismäki (hermano menor del mucho más autoral Aki) pendula entre la faceta romántica, el registro de la adaptación de los extranjeros a la comunidad local (y la de esa comunidad local a ellos) y hasta una historia sobre los vínculos entre padres e hijos, todo narrado con fluidez y un tono amable por el cual uno sabe, aunque por momentos parezca lo contrario, que todo va a salir bien. El resultado es un crowd-pleaser con un optimismo a fuerza de todo, inclusive a los férreos límites de la ley.