Caer en la trampa
La primera película que protagoniza el actor Martín Bossi reflexiona sobre la posibilidad del romance en la vida contemporánea y se aferra de manera nostálgica a un tiempo perdido.
¿Cómo se hace para no doblegarse, para mantenerse firme?, le pregunta Lucas (Martín Bossi) al retrato de Ernesto “Che” Guevara colgado en la pared de su casa, en la que vive con su perro. Hasta aquí la imagen del revolucionario funciona como su símbolo de fortaleza, pero este fuerte impenetrable donde habita empieza a derribarse cuando se choca con el amor de Guadalupe (María Zamarbide).
Un amor en tiempos de selfies –escrita y dirigida por Emilio Tamer– es el primer rol protagónico de Bossi en el cine. Allí, Lucas es un actor de stand up que dicta clases en El sótano club. Un bohemio que no usa smartphones ni tiene cuentas en las redes sociales y el único compromiso que asume de manera religiosa es el teatro de varieté. En la vereda opuesta está Guadalupe, una profesional del marketing un poco engreída, que llega al taller de Lucas por recomendación de su jefe (Luis Rubio), para mejorar su potencial en la empresa al estilo Google donde trabaja. Dicho de otro modo, él es un artista tosco y mira al mundo de hoy en clave apocalíptica, mientras que ella es hiperactiva y está más que integrada a las nuevas tecnologías comunicacionales, por su profesión.
“El amor es volverse débil”, dice Lucas. Según sus palabras, se compara a dejar de ser He-Man, el guerrero más fuerte del universo, para transformarse en el príncipe Adam, un pusilánime sin poderes sobrenaturales. Aquí, el amor lo trasforma en víctima de una mujer. Pero ocurre que es una víctima poco verosímil, ya que el rol femenino se presenta como un estereotipo frívolo, antes que una femme fatale. Ella es caprichosa, llora mucho y casi no puede sostener una conversación seria, pero lo peor de todo es que pretende cambiarlo. Esto es lo que la película formula de manera axiomática: las mujeres conocen a un hombre y después quieren modelarlo a su manera. Aunque en algún momento procure revertir esta afirmación, lo dicho queda subrayado en su mayor parte.
Descifrar qué es el éxito y de qué depende es una de las inquietudes más fuertes que giran alrededor de la trama. La fama mediática y fugaz, el uso alienante de la tecnología de los celulares y las redes sociales, la pérdida de los valores de la hermandad (en las comunidades artísticas, en este caso) también son algunos de los planteos que esta película intenta abordar. Ciertamente, el resultado final de Un amor en tiempos de selfies se encarga de cerrar el círculo y darle una respuesta a estas cuestiones. Es que de eso se trata esta comedia con moraleja, que dictamina una “enseñanza” y le niega al espectador la posibilidad de crear otras hipótesis posibles, tan válidas como la propuesta por la película. Aunque es verdad que toda película expone siempre un punto de vista o ciertas ideas más o menos clausuradas que se desprenden del discurso, cuando se sirven demasiado “masticadas” hay algo del orden de lo metafórico que se anula de manera definitiva.
Sin embargo, como apuesta a la industria local y a su cine de género, merece ser considerada como una opción de entretenimiento, sobre todo porque los actores (también forman parte del elenco Roberto Carnaghi, Manuel Wirtz, además de Graciela Borges y Carlitos Balá, que hacen una pequeña intervención) logran sostener la película con gran altura.