La historia de amor a la que Catherine Corsini le dedica el alma de su película no es la que uno imagina de entrada. O, por lo menos, no es solo a esa pasión entre un parisino arrogante, cruel y narcisista, y una joven judía de provincia, presa de inseguridades y mandatos sociales. Corsini teje, en un relato que recorre toda la historia adulta de sus personajes, los amores imposibles que atraviesan las vidas de una madre y una hija, surcadas por el dolor y el abuso, por la desigualdad social y el ancestral deber femenino del sacrificio.
Corsini se apropia de la novela de Christine Angot con una sutileza envidiable, siguiendo de cerca a sus personajes en las travesías más espinosas. Su interés por explorar la sexualidad femenina y las diversas aristas de su identidad, presente desde La repetición (2001) hasta Tiempo de revelaciones (2015), encuentra en Un amor imposible una madurez notable, un estilo firme en el tratamiento de las elipsis y en la construcción del frágil pero resistente interior de sus mujeres. La belga Virginie Efira le brinda a Rachel una materialidad desgarradora, demostrando que es una de las mejores actrices del cine francés del momento.
Corsini no solo filma su mejor película, sino la más arriesgada, la que se despega de la anécdota, del doloroso recuerdo, para ofrecer una mirada política sobre el pasado y el presente, y los complejos lazos que definen a esa unión.