Orgullosamente cursi
Hubo un tiempo en que el sueco Lasse Hallström era un director de prestigio y nivel, con películas de la talla de ¿A quién ama Gilbert Grape? Sin embargo, en las últimas dos décadas se decidió por productos más comerciales y elementales hasta convertirse en un artesano tan eficaz como impersonal.
Con Un amor imposible -transposición del best seller de Paul Torday-, ofrece una película digna de un culebrón centroamericano (de los de antes): un triángulo amoroso bastante edulcorado que se sostiene a partir de una propuesta excéntrica, con conflictos casi ridículos, siempre apelando al subrayado y el trazo grueso.
Sin ánimo de salir en defensa del film, valoro que jamás trata de esconder su origen, su búsqueda, su tono, su objetivo, su método. Es una película desaforadamente cursi, concientemente grasa, desprejuiciadamente demagógica, obscenamente manipuladora, pero orgullosamente romántica. No hay aquí delirios de grandeza, no hay ánimo de trascendencia, no hay ansias de prestigio. Se sabe lo que este tipo de público quiere y se lo dan en dosis más que generosas.
Dos protagonistas confilctuados (traumados) que de a poco se irán conociendo y enamorando (Emily Blunt y Ewan McGregor), un proyecto tan faraónico como absurdo financiado por un jeque musulmán (implementar la pesca del salmón en pleno desierto) y un toque de negrura y cinismo político de la mano de Kristin Scott Thomas, quien se divierte y divierte como la ácida y oportunista jefa de prensa del gobierno, aunque con su chispa y su ironía parece estar trabajando en otra película. El resto... el resto no engaña, pero es pura fórmula.