De sátira ácida a fábula humanista
La premisa es digna de Bienvenido Mr. Marshall, Un, dos, tres, de Billy Wilder, o la novela Noticia bomba, de Evelyn Waugh. Cuando un destacamento británico vuela por los aires una mezquita afgana, la jefa de prensa de Downing Street emprende un operativo relámpago de propaganda, cuestión de instalar la idea de que británicos y árabes mantienen unas relaciones divinas. Gritando bingo, sus asesores dan con cierto sheik yemenita que decidió levantar un lago artificial en su desértico país. ¿Para qué? Para dedicarlo a la pesca de salmones. Salmones ingleses, para más datos. Mejor todavía, una agencia británica representa los intereses del sheik. Desde ya que el proyecto, que incluye el traslado y posterior supervivencia de diez mil peces escoceses –a través de medio mundo y por un costo no menor a los 50 millones de dólares– es absolutamente irrealizable. Eso es lo de menos, lo importante es hacerlo ya. Basada en una novela y con guión de Simon Beaufoy (Todo o nada, Slumdog Millionaire), el camino de Salmon Fishing in the Yemen (título original) se presenta allanado: no habría más que desarrollar ese punto de partida para sacar de allí una sátira como la gente.
Pero sucede que para todos los implicados en Un amor imposible esa premisa es apenas un disparador para otra cosa. ¿Qué cosa? Lo archiconocido: una historia de amor y superación, utopía políticamente correcta, redenciones al por mayor. La magia del cine (contemporáneo), convirtiendo en fábula “humanista” lo que comenzó como ácida sátira política. Personajes de esta mutación: un biólogo, oscuro burócrata del Ministerio de Agricultura y Pesca (Ewan McGregor), que sabe que es todo un disparate, pero terminará casi más seducido por las nobles intenciones del sheik que por la belleza de la representante de éste. La interpreta Emily Blunt y su novio, capitán del ejército, acaba de ser dado missing in action en Afganistán (antes de la media hora, la comedia va dando lugar al melodrama). Por obra y gracia de la political correctness, el sheik en cuestión (Amr Waked) resultará no ser el recontrasupermillonario, autócrata y dispendioso que da toda la sensación de ser, sino un árabe sabio, educado, animado de las mejores intenciones... y recontrasupermillonario, claro.
Ultima agonista y resorte principal de la sátira que Un amor imposible debió haber sido: la jefa de prensa del primer ministro, todo un Maquiavelo con pollera (Kristin Scott Thomas, desembarazada del costado de señora bián que la acecha desde siempre como una sombra). ¿Que Un amor imposible rebosa, en muchos de sus diálogos y en la inteligencia con que está planteada más de una situación, de lo que suele llamarse “humor inglés”? Rebosa, sí. El problema es que lo que durante el planteo funciona como motor de propulsión, de allí en más se convierte en premio consuelo.