Comedia retro con lectura política
Lasse Hallström dirige este film sobre la relación que se establece entre un tímido científico, interpretado por Ewan McGregor y la representante de un jeque árabe, personificada por Emily Blunt. Anacronismo sin vueltas.
Allá por los lejanos ’80 el sueco Lasse Hallström sorprendía con su cálida visión de la infancia según contaba en El año del arco iris. Luego vendría una filmografía despareja, ya lejos de su país natal y producido por los Estados Unidos y Francia. En los inicios de la década del ’90 volvería su nombre a las grandes ligas con ¿A quién ama Gilbert Grape? y dos estrellas embrionarias como Johnny Depp y Di Caprio, y ya en este siglo, la comedia Chocolate, con la hermosa Juliette Binoche, no podía disimular su tono empalagoso y de formalismo qualité. Películas industriales, menores y mayores, actores prestigiosos y géneros diversos constituyen la obra de Hallström, que a través de Un amor imposible reitera las sostenibles fluctuaciones de una carrera ciclotímica.
Entre el título original y Un amor imposible no hay parecido alguno, ya que el primero refiere al tema de la película y al lugar donde se desarrolla la historia, en tanto el segundo, alude a la trama romántica que se establece entre el tímido científico que encarna Ewan McGregor y la representante de un jeque árabe que personifica Emily Blunt.
Como comedia romántica Un amor imposible no acusa demasiados logros, ya que el efecto es menor, sólo expresado a través de una banda de sonido donde sobresalen docenas de violines estentóreos. Por su parte, la lectura social también es superficial: el film de Hallström sólo aborda de forma lateral las relaciones entre el capitalismo salvaje del Primer Mundo y el poder económico de los árabes, refugiándose en explicaciones didácticas y sin interrogante alguno. En realidad, esa ausencia de centro es aquello que perjudica al relato, que peca de una transparente ingenuidad.
Pese a estos reparos, Un amor imposible es un nuevo déjà vu que la aproxima a otros films estrenados este año, como La fuente de las mujeres y El exótico Hotel Marigold, en cuanto a narrar una fábula sin demasiadas pretensiones donde se entremezclan subtramas con dosis similares de comedia, drama y una mirada coyuntural no demasiado comprometida con aquello que cuentan las imágenes. Como ejemplo de un cine híbrido y de corto vuelo, Un amor imposible se destaca sólo por un par de escenas románticas de la pareja central, confirmando su anacronismo sin vueltas y su autoconsciente mirada näif que recuerda al cine clásico. Tal como si se estuviera mirando una comedia romántica del Hollywood de los años cincuenta o de décadas anteriores.