Una antigualla un poco sosa
Hubo un tiempo que fue hermoso y donde el sueco Lasse Hallström era un tipo confiable. Sus películas, casi siempre pequeñas historias familiares donde los conflictos estaban marcados por un tono social, eran obras que variaban entre la comedia y el drama con mano segura, y que se terminaban decidiendo por un espíritu naif, donde casi no había villanos y los personajes eran bastante nobles. Luego de su amplia trayectoria en Suecia llegó a Hollywood, donde en los 90’s hizo algunas películas interesantes: Mi querido intruso, ¿A quién ama Gilbert Grape? o Las reglas de la vida fueron obras que incluso tocando temas difíciles o importantes (el aborto, por ejemplo) no dejaban de ser obras cálidas, fluidas y amenas. También es cierto que desde 1999 con Las reglas de la vida (hace ya 13 años) que no mete una película interesante, más allá de que soy víctima del placer culpable con la ñoña y ramplona Chocolate. Y ese transitar afable, diluido en litros de insulsez con el que el director sueco ha transitado esta última década cinematográfica, vuelve a hacerse presente en Un amor imposible, donde un registro clásico y la presencia de los siempre carismáticos Ewan McGregor y Emily Blunt permiten que las cosas no sean tan terribles como podrían haber sido.
Vale decir que los personajes de McGregor y Blunt son imposibles: él es un introvertido elevado a la enésima potencia, ella una tímida que no se da cuenta que está buenísima (sepan disculpar el exabrupto). Los tiempos en esta pareja, entonces, no son los tiempos habituales del romance de hoy: y las cosas se irán dilatando para bien de la película, porque precisamente los mejores momentos son aquellos que ambos comparten, unos diálogos registrados como si entre la década de 1940 y el presente no hubiera pasado nada, y el espectador tuviera la misma paciencia para enfrentarse a una película. Igualmente no voy a ser yo quien se queje de esto: McGregor y Blunt son tan carismáticos que uno atraviesa con ellos la experiencia del conocerse y enamorarse, progresivamente, y Hallström sabe que lo que nace allí es un amor clásico, antiguo, a la vieja usanza. Así lo registra porque ese es el tiempo que deben tomar las acciones en esta película. Si Un amor imposible fuera sólo eso, estaría muy bien y uno se iría conforme de la sala, sabiendo que hay todavía gente que confía en las emociones simples y en la nobleza de los personajes lindos. Pero no.
Lamentablemente Un sueño imposible (no termino de entender el título que le han puesto en la Argentina) se empecina en muchas cosas. Y además del romance algo demodé, algo insulso también -porque los personajes son demasiado buenos y las situaciones bastante leves, convengamos-, Hallström se mete con las diferencias entre oriente y occidente en ese jeque árabe que quiere llevar la pesca del salmón a Yemen, también con los entresijos de la política británica, y quiere ser comedia política, y comedia británica, y sátira social, pero también comedia romántica naif, y por qué no drama sobre la guerra, y por el final gran épica romántica a lo David Lean pero totalmente asordinada. Y lo que queda es un film que no se decide por nada, que no tiene con qué darle a sus pretensiones, y que comete la rara contradicción de querer ser gran relato a partir de personajes íntimos e introvertidos. Un amor imposible sobrevive, como decíamos, gracias a McGregor y Blunt, dueños de un ángel especial, y capaces de interpretar las voluntades de sus personajes. Como siempre en Hallström, no es un cine que moleste considerablemente, pero aquí su falta de energía contagió malamente a una película que luce antigua y algo insulsa. Lo primero no está nada mal, lo segundo es su pecado mortal.