Echale la culpa al río
Romance e ironía política, del director de “¿A quién ama Gilbert Grape? y ”Chocolate”.
Lo hemos dicho y escrito mil y una vez: combinar más de un género a través de subtramas en una película, puede atraer distintos públicos, pero a la vez repeler a todos. El romanticismo, vinculado a una ironía o crítica política, puede convivir, aunque convengamos en que la pátina kitsch con la que el director Lasse Hallström pinta esta historia termina asemejándolo a esos malabaristas que manejan más bolos que los que deberían.
Pero por otro lado, el director de ¿A quién ama Gilbert Grape? y Chocolate contó con Ewan McGregor y Emily Blunt como la pareja despareja, los británicos que uno muy diferente al otro se encuentran en medio de un embrollo internacional. Las relaciones entre Yemen y el gobierno inglés no son las mejores, pero cuando un jeque propone afrontar todos los gastos que sean necesarios para instalar en su reseca patria la pesca deportiva del salmón (de ahí el título original del filme, Salmon Fishing in the Yemen ) y de la novela en que se basa), más de un político ve una oportunidad.
El que no entiende cómo se pueden llevar 10.000 salmones hasta Medio Oriente es el doctor Alfred Jones (McGregor), un científico dedicado a los peces que vive su propia crisis de la mediana edad con su esposa. Y quien debe convencerlo de encaminar el asunto –por pedido de la vocera del primer ministro inglés (Kristin Scott Thomas, en un papel reconstruido a su medida)- es Harriet, a quien Blunt, la secretaria desplazada de El diablo viste a la moda , le confiere toda su simpatía y entrega.
Halsström, que se granjeó su buen nombre con títulos notables y significativos hace unos años -el sueco ya tiene 66-, ahora ya no va tras utopías trascendentes, y opta por asignar a sus intérpretes el peso del relato. Alfred y Harriet –cuyo novio es dado por desaparecido en combate- son dos personas comunes, que en un ámbito lejano se descubren afines. El resto lo pone la música del toscano Dario Marianelli y el almíbar que cae en torrente.
Pero lo realmente importante de Un amor imposible es que el filme nunca parece tomarse demasiado en serio a sí mismo. Como si Hallström fuera consciente y no quisiera dar rodeos y mostrarse naif sin ambages. Insistimos: sin el escocés McGregor y la londinense Blunt, otra sería el resultado.