Ruptura de mandatos
Basado en las vivencias del actor paquistaní Kumail Nanjiani y guionada por él y su esposa Emily Gordon, el film narra sin estridencias dramáticas el enamoramiento de sus autores.
¿Existe hoy la comedia romántica en Hollywood? Con cada vez menos exponentes en la pantalla grande, las historias de parejas batallando contra el entorno (y, muchas veces, contra ellos mismos) para tirarse de cabeza a la pileta del enamoramiento encuentran su principal canal de salida en series. Series en su mayoría más rugosas, menos idealizadas y con situaciones más cercanas a las de cualquier hijo de vecino que empujan los arquetipos históricos al baúl de los recuerdos. Así lo hacen Love, Master of None y la deformante The End of the F***ing World, por ejemplo. Retroalimentada por todo ese bagaje seriéfilo, Un amor inseparable –abominable título local del mucho más preciso The Big Sick– es, pues, un buen ejemplo de cómo ese romanticismo funciona en formato película. Un romanticismo que opera menos por proyección (el cuentito del millonario fachero enamorándose de la chica buena no va más) que por la empatía de sus criaturas y que elige volcarse al tono agridulce y melancólico antes que a la risa desaforada.
Dirigida por Michael Showalter, uno de los guionistas y protagonistas del film de culto Wet Hot American Summer (2001), Un amor inseparable cuadra con lo que los norteamericanos llaman “dramedy”, dramas vestidos de comedias sobre gente normal tratando de encajar en el mundo de la mejor forma posible. El gran responsable de este tipo de híbridos es Judd Apatow, quien aquí funge nada casualmente como productor y en cuya filmografía como director suelen aparecer las recurrencias del género romántico aunque atravesadas por la fragilidad emocional. Un amor… tranquilamente podría ser una película de su autoría también por una duración que roza las dos horas. Basado en las vivencias del actor paquistaní Kumail Nanjiani (el Dinesh de la serie Silicon Valley), tal como demuestran las fotografías de personajes originales en los créditos finales, y guionada por él y su esposa Emily Gordon, el film narra, siempre en modo “lo-fi”, sin estridencias dramáticas ni épicas, el progresivo enamoramiento de sus autores. Nadie se preocupa por ocultar el origen personal del proyecto: la parejita ficticia se llama Kumail y Emily, y a Kumail lo interpreta Kumail.
Como en Master of None, del indio Aziz Ansari, la raigambre familiar asoma como la enemiga a vencer. Aspirante a comediante (otra moda de la era Netflix) sin demasiado talento, es hijo de paquistaníes ultra ortodoxos radicados en Estados Unidos hace años aunque empecinados en casarlo con alguna compatriota. Alguna que les guste también a ellos, tal como consiga el matrimonio arreglado que rige en la cultura de aquel país de Medio Oriente. Pero a él le gusta, y mucho, una chica de ojazos azules (Zoe Kazan) que conoció en un show y que mamá no aprobaría ni por todo el hummus del mundo; por lo tanto, la relación permanece como su secreto mejor guardado ante la familia. “Me enfrento a 1400 años de Historia; vos eras fea en la secundaria. Hay una gran diferencia”, le dice Kumail durante la inevitable ruptura, mientras asoma en el espectador un temor a los convencionalismos que la aparición de un virus fuera de control dentro del cuerpo de Emily un par de minutos después no hace más que aumentar.
Pero los convencionalismos no llegan. O no al menos de esa subtrama hospitalaria. Por el contrario, Un amor…debe ser una de las pocas películas que interna a su protagonista durante una hora y pico y no tira ni un golpe bajo ni ensaya quiebres abruptos de guion. Aparecen en escena los papás de Emily. Él (Ray Romano) es inseguro, torpe, conciliador y algo nabo; ella, (Holly Hunter), una topadora emocional que tiene entre ceja y ceja a su ex yerno. El espesor emocional del triángulo irá creciendo alrededor de la figura ausente, con tiempo compartido, charlas y reflexiones sobre el complejo proceso de vivir y crecer. Los convencionalismos provienen, en todo caso, de la trama centrada en la rotura de los mandatos de Kumail y la posterior reacción de esa familia paquistaní que, aunque conservadora y anclada en un mundo que ya no es, lucha motivada por miedo y no por maldad. Convertir al clan en villanos es una tentación que los Kumail y Emily guionistas deciden no abrazar… porque prefieren abrazarse entre ellos.