Nostalgia y exilio
Un amor, tercer opus de la realizadora Paula Hernández -también guionista- basado en un cuento de Sergio Bizzio, responde desde el titulo a un concepto ambiguo y fugaz: se puede hablar de un amor a un lugar; a un tiempo; a una época o a una persona y así de fugaz también es la adolescencia como esa etapa transitoria hacia la adultez, que viene acompañada de los primeros amores y despechos en tiempos de despertar sexual y de decisiones que nos marcan para toda la vida.
El pasado recién se valora cuando se lo aprende a mirar desde el presente y en ese umbral es en donde se apoya este relato intimista sobre la nostalgia y los exilios, los forzados y aquellos autoexilios que de un modo u otro determinaron el rumbo en las vidas de Lisa (Denise Groesman en la etapa de adolescente y Elena Roger para el presente), Bruno (Alan Daicz para el pasado y Diego Peretti en el presente) y Lalo (Agustín Pardella de adolescente y Luis Ziembrowski ya adulto) en una corta pero intensa amistad en el pueblo de Victoria.
Antes de la llegada de Lisa, hija de padres que viven en la clandestinidad propia de los 70 con un ojo puesto en el lugar de refugio y otro en la forzada huida hacia otra parte, Bruno y Lalo mantenían una amistad inquebrantable en la normalidad y la tranquilidad pueblerina hasta que sus miradas chocan contra un témpano de energía y vitalidad que desde el primer minuto alimenta en ambos una rivalidad creciente y los pone a prueba de manera constante. De ese cruce, nace un lazo afectivo que se fortalecerá con las salidas; los encuentros a escondidas, donde Lalo llevará una ventaja al cumplir el rol de novio y Bruno simplemente el de amigovio con el irritante apodo de ‘concha’ a cuestas. Pero cuando las cosas se empiezan a estabilizar y sin aviso previo, Lisa huye con sus padres y todo lo vivido para los tres jóvenes se vuelve, tras 30 años de ausencia y rencores, un recuerdo agridulce que se le niega al olvido.
Entre aquel instante de la última vez y el tiempo transcurrido durante todos esos años, los destinos de Bruno y Lalo se separaron para siempre. El primero logró escapar de la abulia pueblerina para volverse un citadino guionista de televisión y en Lalo el peso del lugar, la carga de una madre enferma -que debió cuidar de chico- y las incontables horas en el taller mecánico hicieron estragos como el paso de los años en su cabellera devenida en prominente calvicie. Para Lisa, la ausencia y la distancia se acortaban en 19 cartas y una sola postal y en la sensación de que en algún momento regresaría a buscar ese amor que la época de adolescencia le arrebatara de un plumazo.
La nostalgia se diferencia de la melancolía porque permite avanzar pese al dolor y en ese sentido es la melancolía la que habilita el olvido por quedarse estancada en un recuerdo eterno e irrepetible. Esas fluctuaciones son las que determinan el derrotero sentimental de cada uno de los personajes que Paula Hernández construye meticulosamente y sin trazo grueso.
Gracias a la avasallante y fotogénica Elena Roger en un inmejorable debut en el largometraje, la idea de tránsito y estancamiento se resignifica en relación a la pasividad de los dos hombres a quienes el reencuentro obliga a decidir cuál va a ser el próximo paso, con la incerteza y el miedo permanente de si no será demasiado tarde.
La directora de Lluvia consigue con muy poco esfuerzo trazar el puente entre pasado y presente exponiendo la transformación y los matices de una relación que tiene aristas de triángulo amoroso pero que trasciende los vértices conocidos para sumergirse en la intimidad de cada uno de los involucrados sin subrayados y dejando que los actores fluyan con su natural expresión y gestualidad, sin que ninguno intente lucirse por encima del otro.
Un amor es un film maduro, tierno, sensible que no le teme a exponer los sentimientos en estado de latencia y confusión así como tampoco a hablar desde otro espacio de lo efímero y de los autoexilios que condicionan la felicidad de las personas.