No hay dos sin tres
Dos amigos, una chica y un triángulo amoroso que vuelve a armarse, treinta años después.
La sensibilidad con que cuenta las historias y pinta a sus personajes son signos distintivos de Paula Hernández. Tanto en Herencia como en Lluvia , la realizadora de varios capítulos de la miniserie Vientos de agua no teme al sentimentalismo. Sus criaturas hablan como sienten y actúan como piensan. Si hay otra cualidad en el cine de Hernández es la honestidad con que se presentan sus protagonistas.
El de Un amor es el relato, con más de semblanza, de un triángulo de amigos y de amor. Ya desde el título con que bautizó al guión, que escribió basándose en el cuento de Sergio Bizzio (le quitó el ”para toda la vida” ), marca una diferencia de peso para situar al espectador. Se habla de amor, de uno, pero que puede ser efímero. Potente, pero pasajero. No se sabrá hasta desandada buena parte de la proyección.
La misma empieza con Lalo, Bruno y Lisa siendo adolescentes, a fines de los años ’70 en Victoria, Entre Ríos. Es ella quien llega para irrumpir en la amistad de los chicos. Ambos se enamoran de la recién llegada –que viene con sus padres, se verá, huyendo de Buenos Aires- y la relación singular y general, en pareja o entre los tres, no será la misma. Nunca.
La película irá yendo y viniendo en el tiempo, ya que pronto se encontrarán Bruno y Lisa en Buenos Aires, después de treinta años, y ella disparará su deseo: “¿Vamos a Victoria, a visitar a Lalo?” El reencuentro ofrecerá de todo, momentos para la alegría, la nostalgia, la desazón, el dolor.
“Ya recordamos suficiente, no quiero recordar más”, dice Lalo, a quien le cabe una de las más hermosas declaraciones de amor. “Cuando te fuiste te veía en todos lados. Te buscaba en otras chicas en lo que eras parecido, en lo que eras distinto”. Allí es donde Hernández da en el blanco. Cuando los personajes están sin defensas –casi siempre-, sin armaduras y vuelven a ser lo que fueron en la adolescencia.
Historia de amor, sí, pero también de soledades, Un amor cuenta con un trío protagónico de excepción. Elena Roger, en su debut cinematográfico con un papel de peso, hace eso que tan bien sabe hacer sobre el escenario. Mostrar distintas facetas de sus personajes, ser tierna y desconsolada a la vez, comprarse a la platea pareciendo sincera en cada diálogo. Los mismo va para Diego Peretti y para Luis Ziembrowski (Lalo), en una composición que lo aleja de lo que hizo en Lalola en TV, y lo acerca a Tatuado , su mejor composición junto a ésta en el cine.