“Sacrificio es estibar bolsas en el puerto” sostiene la madre de uno de los alumnos debutantes del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, que Cecilia Miljiker retrata en 'Un año de danza'. La declaración explicita una cuestión inevitable cuando se habla de baile profesional en general y de ballet clásico en particular: en palabras de la maestra Lydia de Fama, cuál es el “precio” del éxito y desde qué momento corresponde “empezar a pagarlo”.
Para satisfacción del público cansado del cine que reduce la formación del bailarín clásico a un martirio rayano con la locura, el documental que se estrenó el jueves pasado en el Centro Cultural de la Cooperación evoca el recuerdo de Billy Elliot. De hecho, de la quincena de chicos filmados, la mayoría emite una energía símil a la “electricidad” que el protagonista de la memorable ficción británica menciona cuando, al término del examen de admisión para el Royal Ballet, le preguntan qué siente mientras baila.
Miljiker invita a reemplazar el lugar común del sacrificio por la noción de vocación temprana. El testimonio de las madres ayuda en este sentido, aunque también despierta suspicacias en torno a la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto los adultos sabemos / podemos distinguir entre nuestras expectativas y las inquietudes y deseos de nuestros hijos?
Desde el punto de vista retórico, resultan especialmente interesantes las entrevistas que madres e hijos contestan juntos, de a pares. Las progenitoras reconocen el fantasma del sacrificio pero, algunas más que otras, se empecinan en aclarar que lo mantienen bajo control. Los chicos asienten con distintos grados de convicción.
Desde el punto de vista narrativo, Miljiker se sitúa en las antípodas de Manuel Abramovich cuando dirigió el corto La Reina. En este retrato de una nena que concursa en un desfile de carnaval en la provincia de Corrientes, el realizador argentino se concentra en las fuerzas dispares que atraviesan toda relación paterno-filial, y que en este caso imponen una tiranía materna. Un año de danza, en cambio, transmite pura armonía.
En esta instancia se produce cierta distancia con Billy Elliot, pues la comedia dramática de Stephen Daldry y Lee Hall desarrolla una veta conflictiva de corte social y en un marco histórico preciso. Miljiker se concentra tanto en los niños y en sus madres (abuela en un caso) que ofrece un retrato acotado, donde los maestros asoman desde un espacio secundario.
‘Amable’ es un buen adjetivo para calificar este documental que llama –y sostiene– la atención de los espectadores a partir de la atinada selección de los chicos retratados, y de la rigurosidad con la que se los siguió durante un año académico. De esta manera, Miljiker ofrece un sólido trabajo de divulgación sobre el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, y de paso deja atrás el recuerdo de este antecedente televisivo deslucido.