Viendo la vida pasar
Estamos ante un film difícil de juzgar. Un Año Más es mucho más de lo que aparenta ser. Al verla, algún distraído pensará que es una película de esas en las que poco ocurre cuando, en realidad, escarbando dentro del film nos damos cuenta de que en el cine, muchas veces, la frase que reza “menos es más” se puede aplicar perfectamente.
En las dos horas diez de metraje, vemos un año en la vida de Tom y Gerry –no es broma, se llaman así-, una pareja mayor de clase media alta, que lleva una vida cómoda y acomodada, y cómo van ingresando y saliendo de su rutina diferentes personas, amigos, familiares, compañeros de trabajo, casi siempre en busca de algún consejo o palabra de aliento.
El guión de Mike Leigh es de esos que demuestran simpleza en relación a la construcción para terminar convenciéndonos de la real complejidad del asunto.
Un claro ejemplo es el de Lesley Manville, que interpreta a un personaje que adopta distintos lugares en la trama hasta convertirse prácticamente en un protagonista tácito del film. Sus entradas y salidas en plano marcan los momentos de mayor tono dramático implícito y explicito.
Otro gran acierto del guión es delinear a los personajes concisamente y en escasos minutos, con ejemplos de solidez envidiables; un ejemplo de esto es Ken, interpretado por Peter Wight, que sólo en un par de planos demuestra una marcada tendencia a los excesos y dejadez hacia su persona. Quizás el único personaje que se desdibuja, más por sobreactuación de la actriz que por problemas de guión, sea el de Karina Fernandez.
Las actuaciones, en su mayoría, son bastante correctas. Se destaca por sobre el resto Lesley Manville, en un trabajo muy cuidado y medido; su personaje se presta a ser sobrevalorada pero la actriz sabe caminar sobre esa delgada línea con mucho oficio. Un peldaño más abajo hay que destacar a la pareja de actores compuesta por Jim Broadbent y Ruth Sheen, que funcionan como la voz de la conciencia del resto de los personajes.
También hay que hacer mención especial a la dirección. El estilo clásico que utiliza Leigh a la hora de encuadrar acompaña correctamente el desarrollo del film, y así logra que su dirección no le robe protagonismo a la historia.
Es notable la decisión de mostrar miradas mediante primeros planos; principalmente cuando tres personas comparten un diálogo, siempre los escuchas son enfocados contrariamente a la obviedad de mostrar a quien está hablando. Las miradas de esta forma cobran una importancia primordial, donde el viejo dicho de “una imagen vale más que mil palabras” resulta ser la definición más acertada.
Junto a la lograda dirección, también cabe resaltar el trabajo de fotografía a cargo de Dick Pope, que funciona y se fusiona con el estilo parco que maneja el film en su realización. También es notable cómo logra transmitir las cuatro estaciones del año en las que vemos la vida de los personajes.
En conclusión, muchos juzgarán al film por su ritmo lento que roza lo cansino, cuando en realidad claramente esto esta trabajado desde el guión.
Por mi parte, debo reconocer que este estilo de películas no es el que más disfruto, pero sería necio no reconocer todos los méritos que tiene para mostrar de forma realista la vida de un grupo de personas y cómo el tiempo las afecta, por más que no lo parezca.