Una película de la vida real
El director británico Mike Leigh es conocido por su estilo de rescatar historias oscuras y volverlas luminosas a partir de su narración cinematográfica. Algunos de sus títulos más conocidos son “Secretos y mentiras”, “El secreto de Vera Drake” y “La felicidad trae suerte”.
Experto en la construcción de personajes y en la dirección de actores, en “Un año más” vuelve a dar muestras de su talento para mostrar aspectos de la vida cotidiana, donde no sucede nada extraordinario, donde todo transcurre de manera más bien mediocre, previsible y sin mayores horizontes. Y sin embargo, en esos pequeños detalles, en esos mínimos dramas que se cuecen entre gente casi anónima, está, podría decirse, el secreto de la vida, para Leigh, un director que trabaja a años luz de la maquinaria de Hollywood y que hace un cine diferente, sin estridencias, ni efectos especiales, ni cuerpos esculturales, ni extravagancias tecnológicas. Sus actores son profesionales excelentes encarnando personajes que parecen extraídos de cualquier calle londinense y no de escaparates de la farándula.
Esa característica se corresponde con una forma de narrar de manera clásica. “Un año más” está estructurada en cuatro capítulos referidos a cada una de las estaciones. Comienza en Primavera y termina en Invierno. El centro de atención está puesto en el matrimonio de Tom y Gerri (un guiño a sus vecinos de Disney), una pareja de personas maduras y establecidas en la vida con cierta armonía y paz. Ambos trabajan todavía y tienen un hijo de 30 años, ya casi independizado, mientras en sus ratos libres, cultivan una huerta.
El hogar de Tom y Gerri es el punto de referencia de sus amigos, con quienes la vida no ha sido tan amable como con ellos. Mary los visita frecuentemente porque allí encuentra contención a su inestabilidad afectiva y sus problemas con el alcohol. Ken, otro solitario, también suele encontrar refugio en casa de sus amigos, siempre aferrado a un cigarrillo, a su desorden alimentario y a la bebida.
El centro del relato
Para Mary y para Ken, Tom y Gerri representan todo lo que ellos no pudieron lograr en la vida: una pareja estable, un hogar armonioso, un buen pasar económico, una vida ordenada.
Si bien la pareja funciona como punto de referencia, como centro del relato, en realidad, se comporta más bien como receptora de las historias de los otros, que encuentran allí un oído atento a sus confidencias. Así, las manifestaciones de la angustia de Mary ocuparán buena parte del film y se podría decir que es el personaje en el que la cámara de Leigh se detiene con mayor atención. Escruta y registra cada uno de sus gestos, de sus mohínes, de sus altibajos anímicos (el filme abunda en primeros planos). Es también el personaje más evidentemente desestructurado y vulnerable, incapaz de elaborar sus duelos ni de recomponer su intimidad, no consigue construirse una vida propia y se aferra a la familia de sus amigos, como una mendiga afectiva siempre famélica.
Leigh no ahonda mucho en explicaciones, ni análisis, tampoco juzga, pero es bastante impiadoso al mostrar cómo, pese al gran cariño que todos le tienen a la “rara” de Mary, de algún modo también, casi imperceptiblemente, todos se abusan un poco de ella y hasta pueden llegar a comportarse con un dejo de perversión, como es el caso del hijo treintañero con quien Mary tiene fantasías inapropiadas.
“Un año más” es de esas películas que hablan de esas cosas que les ocurren a casi todos, el paso del tiempo, los sueños frustrados, los logros de unos que despiertan las envidias de otros, el amor, la muerte, la soledad, el vacío espiritual y los excesos adictivos. Es una película que no llega a ser amarga, pero está atravesada por una melancolía abrumadora, aunque termina con un esbozo de esperanza.