Sobre gente común que busca felicidad
No tendrá la intensa emoción de «Secretos y mentiras», ni el regocijo nada ingenuo de «La felicidad trae suerte», pero esta nueva película de Mike Leigh nos ofrece también una parte de su cordial sabiduría. Otra vez con un elenco de rostros muy bien elegidos y actuaciones exactas, interpretando personajes creíbles, fuertemente humanos, en situaciones casi cotidianas descriptas con mano experta y ojo clínico, desarrollando unas relaciones típicas en las que más de uno ha de reconocerse. Para el caso, las relaciones de un matrimonio maduro con sus amistades y algunos parientes, cada cual en busca de la felicidad, o soportando la amargura.
Los esposos se llevan bien, cada uno tiene su trabajo y entre ambos cultivan una huerta y agasajan a los demás sin ostentaciones, más bien con amable condescendencia. En algún momento la condescendencia se vuelve conmiseración. ¿Pero qué culpa tienen ellos si otra gente no supo madurar, no quiere mejorar, o no pudo pelear a la vida con igual suerte? Ahí está el viejo compañero de buen humor pero echado a perder, ahí la vieja amiga y compañera de trabajo, siempre desubicada, invasiva (encima alcohólica), reclamando un príncipe azul y un lugar permanente en la familia. Ahí, detrás de una puerta descuidada, un hermano mayor caído en desgracia, con un hijo resentido y desagradable. Al comienzo también hay otros dos personajes más circunstanciales, pero claves, porque plantean el tema. Y por suerte después está el hijo, un gordito que no será gran cosa pero es buen tipo, trayendo a su novia, que tampoco es gran cosa pero tiene un carácter muy lindo. Deliberadamente, el autor deja varios huecos que cada cual puede rellenar a su gusto, como pasa también en la vida real. Y es un año entero el que pasa en esta historia. Un año más, de soledad y frustración para algunos, de apacible aceptación para otros. La obra duele un poco, pero también consuela. Se recomienda verla en pareja.