La nueva película de la realizadora de “35 rhums” es una comedia dramática acerca de una artista que ronda los 50 (Juliette Binoche) y que busca desesperadamente encontrar su gran amor, aunque las cosas no parecen salirle del todo bien. Un cambio de estilo de la realizadora quien, de todos modos, logra profundizar sobre “el discurso amoroso” en un estilo cinematográfico bastante más tradicional que el del resto de su obra.
UN BELLO SOL INTERIOR se despega, en varios sentidos, de la obra anterior de Claire Denis. Con sus locaciones urbanas, sus problemas esencialmente románticos, su elenco que protagoniza Juliette Binoche y su tono que circula entre el drama y la comedia bien podría pensarse que la realizadora de BELLA TAREA hizo un típico filme francés, mucho más convencional que los previos. Y si bien algo de eso hay, también es cierto que Denis jamás podría del todo hacer un filme convencional y en muchos de los encuentros y diálogos de la película queda en claro que la cineasta no está tratando de armar una comedia dramática de desencuentros amorosos sino, más bien, trabajar sobre el tema del amor, de la necesidad o no de tener compañía romántica, de una manera, si se quiere, un tanto más compleja.
Al filme se lo puede resumir bastante fácilmente como las desventuras de una bella mujer de 50-y-tantos tratando de encontrar el amor. La película, que tiene momentos cómicos pero que no puede definirse del todo como una comedia (yo la vi dos veces: en Cannes la gente se reía mucho mientras que vista en solitario el tono cambia, se oscurece) sigue a una artista llamada Isabelle (Binoche) a lo largo de una serie de encuentros, citas y relaciones con distintos hombres, todas ellas potencial y momentáneamente enriquecedoras, pero que pronto se complican cuando, la mayor parte de las veces, los tipos no quieren comprometerse demasiado en la relación. No es casual, tampoco, que muchos de ellos son casados o están en pareja.
Alguien definió la película como similar a las de Hong Sangsoo o el propio Woody Allen y algo de eso hay, especialmente al primero, que también hace de su cine una serie de muchas veces fallidos desencuentros amorosos, solo que en este caso la protagonista es excluyentemente ella y a los hombres, con alguna pequeña excepción, se los observa de una manera menos perceptiva. Esto no quiere decir que Denis simplifique y banalice la situación creando una pobre, enamoradiza y sufrida heroina con el corazón destrozado por hombres que no se comprometen del todo con ella. Cuando eso pasa, muchas veces es la propia Isabelle la que lleva la situación a caer en esas zonas.
Co-escrita con la novelista Christine Angot, con la habitual fotografía lujosa de Agnés Godard –esta vez filmando casi todo en interiores, casas y bares urbanos– y una música que está al borde de la autoconsciencia de estar haciendo una película casi prototípica, la lógica se despega de esos modelos ya que en lugar de utilizar crescendos dramáticos convencionales para ir y venir entre las distintas relaciones de la protagonista, lo que Denis hace es centrarse en los momentos en sí, en las conversaciones, y en cómo Isabelle va desesperándose cada vez más al notar que las relaciones que intenta nunca funcionan.
Isabelle va y viene entre distintas “opciones”: una con un banquero (el también cineasta Xavier Beauvois), otra con un actor, con un ex o con otro artista, pero por una cosa u otra las cosas no salen bien, a veces por situaciones absurdas y/o ridículas, otras no tanto. Y la mujer se desespera al punto que consulta a un vidente (o parapsicólogo) que encarna Gerard Depardieu y con el que tiene una larga y extraordinaria escena de casi 15 minutos en la que ella le cede por completo el protagonismo. Y él, claro, lo aprovecha al máximo, transformándose en un inesperado buen consejero en temas románticos.
Confieso que prefiero a la Claire Denis de sus otras películas –o la mayoría de ellas– pero como ya probó hacerlo en algunas otras ocasiones (como VENDREDI SOIR o la mismísima TROUBLE EVERYDAY), puede tranquilamente salir de su zona de confort y ofrecer inesperados placeres dentro de un marco que, al menos de entrada, parece propio de otro tipo de cineasta. Esa subversión del género se observa en los detalles (la longitud e incomodidad de muchas escenas, la falta de estructura dramática clásica, la manera en que algo en apariencia liviano se vuelve oscuro e incómodo enseguida) y es allí donde uno encuentra a la Denis que más le gusta.
Hay otros momentos en el filme –que fue anunciado como una adaptación de “Fragmentos de un discurso amoroso”, de Roland Barthes y que de alguna manera lo es– que son puro Denis. Uno que involucra a nuestra protagonista algo alcoholizada bailando abandónicamente un tema clásico de Etta James. Y, claro, en la escena con Depardieu, que se extiende y extiende hasta el final de los créditos, subiendo más y más la apuesta. Así que no se vayan antes… que lo mejor –y esto no es broma– está en el final.