Un tropiezo llamado amor
Claire Denis toma el ensayo Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y lo convierte en una magistral pero también sensible historia. Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017) es un genuino enfoque del estado amoroso y de sus tropos, en todo su desorden y en toda su conmovedora estupidez; en el que la directora no olvida reirse de la dimensión tópica y de la inconsistencia de los arrebatos diversos y variados que lo caracterizan.
Isabelle (Juliette Binoche) es una artista cincuentona separada del padre de su hija que sufre de una soledad en ascenso, fruto de una sucesión de fracasos en sus mediocres relaciones. La actriz consigue, en efecto, encarnar a esta mujer con una vulnerabilidad que emociona, sin perder de vista la dimensión un tanto ridícula de su peculiar coreografía, con su serie caprichosa de altibajos.
Los movimientos emocionales que hacen que se tambalee una Isabelle que llora, se excusa y agradece sin parar, tienen lugar realmente con objetos incomprensibles, a saber, un montón de pobres desgraciados, por decir así: el banquero casado despreciable (Xavier Beauvois), el actor torturado (Nicolas Duvauchelle), el vecino que insiste en invitarla por un trago, el falso amigo que arruina la única relación mínimamente hermosa que tenía. A decir verdad, no puede ser que nuestra heroína languidezca a causa de estos hombres que cree amar. ¿Cómo puede ser? Sin embargo, algo indefinido, formulado vagamente, de manera incompleta, y un tanto banal (el otro nombre de lo que es universal) reside en el humor contra sí misma y, por tanto, tranquilizador de la película. Los hombres vienen y van, eso es innegable, pero lo más gracioso, a fin de cuentas, son las figuras familiares que se suceden entre sí, esos espacios un poco vacíos que afectan de esa manera a Isabelle y al resto de enamorados de la película, que no ven lo plano de las fórmulas huecas con las que tropiezan una y otra vez.
Lo fascinante de la película es que encontramos claramente el sello de Claire Denis, esa manera tan especial que tiene de retratar y despertar, a flor de piel, la concupiscencia (lo que Roland Barthes llama en su ensayo "estimular" más que describir, puesto que trata de dar cuenta de los movimientos desde su impulso). Lo que pasa es que esta vez se trata de una "concupiscencia" del corazón. Y el matrimonio de miradas entre el ensayista y la cineasta arroja, como vimos, un sentido del humor tan refinado como guarro, bastante insólito en la filmografía de la cineasta, que encuentra su punto culminante en la escena de videncia con el péndulo de plomo, cuando Gerard Depardieu (recién abandonado por Valeria Bruni Tedeschi) alinea con una convicción inenarrable los dichos populares más grotescos, seguidos de toda una serie de banalidades para encender la luz sentimental de una Isabelle tan perdida que parece llegar a comprender algo en este personaje, ofreciendo así una conclusión formidable a esta película que combina el humor y la inteligencia a la perfección.