Con el cine contenido en su rostro
La actriz francesa ratifica aquí lo incandescente de su presencia en pantalla. El film de Claire Denis indaga en la vida de una mujer varada en un mundo de afectos desencontrados, entre angustia y sonrisas.
Si se permite la expresión ‑a la manera del viejo Hollywood‑, hay actrices que son, todavía, "bigger than life". Están en la pantalla y proyectan vida a su alrededor. Un ensueño se apodera de todo, lo vuelven veraz. Desde ya, ese sueño puede ser bello, también retorcido. De acuerdo con el caso en cuestión, podría pensarse en Cate Blanchett (Blue Jasmine), Isabelle Huppert (Elle), Maggie Cheung (In the Mood for Love); ahora bien, entre tantas, siempre, el esplendor de Juliette Binoche.
Bleu, Copie conforme, Elles, films donde la actriz francesa imprime su rostro y gestos para que el drama sea. En estos casos, realizadores como Krzysztof Kieslowski, Abbas Kiarostami, Malgoska Szumowska, han encontrado en ella el lugar que permite lo demás. Es una actriz insustituible, y ya lo expresaron así Christine Angot y Claire Denis, al declarar en entrevistas que fue durante la redacción del guión de Un bello sol interior que sólo pudieron pensar en ella, porque ella era la película.
Efectivamente, asistir al derrotero de Isabelle es hacerlo de la mano compartida entre la Binoche y Claire Denis, actriz y directora en armonía, capaces de provocar una síntesis que contenga la angustia y deje asomar ciertos matices. Isabelle está separada, tiene una hija, es artista plástica; es todo esto pero, en verdad, la película es otra cosa. Es ella asomada a una pregunta que queda sin respuesta, mientras procura el encuentro del afecto.
El rostro de la Binoche es necesario, sus gestos procuran un montaje en sí mismos. Ella sola contiene el proceder del cine.
En este sentido, nada puede desorientar más que su relación inicial, a partir de la figura del banquero egocéntrico, imbécil, sumido en su comprensión adinerada del mundo. Es él, sólo él, y lo demás a partir de él; el maltrato tocará, de modo inevitable, también a ella. ¿Por qué? ¿Por qué no?, en todo caso.
De esta manera, Un bello sol interior se sumerge en ‑y con‑ Isabelle, con el acto sexual sucediendo, los desprecios subsiguientes, pero también los destellos, las caricias. La atracción inexplicable no debe, justamente, explicarse. Sea con el banquero, sea con el bailarín imprevisto o con el actor alcohólico. Al fin y al cabo, toda atracción sucede de manera inesperada. De ella hacia los demás, pero también desde los demás hacia ella. Es por esto que, aun cuando ella quede herida, serán también otros quienes conozcan un mismo dolor.
Los datos sobre la vida de Isabelle se han referido, pero lo cierto es que aparecen de a poco. Como si fuesen aspectos sesgados, mientras ella prosigue presa o prendada de una angustia que se acentúa. De tal manera, el film de Denis construye un relato que sucede desde una suerte de meseta, a partir de una progresión lineal que podría parecer monótona ‑como si estuviese suspendida de un instante‑ pero sin embargo llena de estruendos (internos y externos). Por eso, el rostro de la Binoche es necesario, ella sola contiene el proceder que el cine mismo expone; vale decir, los gestos de la actriz procuran un montaje en sí mismos. Mientras la sonrisa de Isabelle se dibuja, su mirada desmiente; la Binoche puede hacer confluir sentires diversos. Todo sucede simultáneamente en ella, capaz de conjugar sensaciones para comunicarlas de modo ambiguo, complejo, sin palabras.
Hay un momento que es suficiente para dar cuenta del lugar de quiebre en el que se encuentra esta mujer. Sucede cuando sale corriendo tras el auto de su ex, en donde está su hija. La ventanilla está cerrada. La mano saluda al tocar el vidrio. La coincidencia de elementos ‑cercanía/lejanía‑ traduce lo difícil del momento. Como no se trata de una película abocada al retrato de "conflictos familiares y sus mejores resoluciones", Un bello sol interior solo necesita de esta instancia para sugerir algo más hondo. Esa profundidad descansa en su protagonista, porque la película es ella y no hace falta hablar de nada más.
Es por eso que el diálogo final, que Isabelle comparte con Gérard Depardieu, se convierte en un aleph que irradia sobre lo sucedido y lo que habrá de pasar. Depardieu parece un analista que paulatinamente se devela como oráculo. Conversa desde la intuición y la Binoche sonríe y lagrimea para el goce dolorido de la cámara. Los intérpretes parecieran estar supeditados a una situación dramática que están resolviendo en el momento, sin líneas de diálogo previstas. Seguramente sea así.
Como si se tratara de un paréntesis en su vida, Un bello sol interior retrata a Isabelle durante una travesía en la que está sumergida, durante la cual conoce momentos buenos y peores, pero todavía con más por suceder. Ese después ya no hace falta conocer. Queda sesgado, apenas sugerido, así como afectado por el sentir de quien mira mientras comparte la mirada de esa gran directora, de sensibilidad distintiva, que es Claire Denis.