El mismo tema es el que le interesa a Claire Denis en la ya mencionada película con el protagónico de Binoche, por lejos el mejor papel que ha hecho desde Camile Claudel 1915. En Un beau soleil intérieur el personaje de Binoche va probando suerte con distintos hombres; algunos más grandes, otros más jóvenes, pero siempre decepcionantes. El machismo, la incomunicación, la incompatibilidad siempre terminan por desarreglar lo que puede parecer el cumplimiento de un deseo bastante sospechoso: encontrar al amor de la vida. El desengaño amoroso es permanente.
Secretamente, Denis desmitifica con delicadeza ese amor tan excesivo y fantasioso que se concibe como el verdadero amor, el último bastión metafísico con el que se quiere reanimar ideas infantiles como el destino y la causalidad. Nadie está destinado a alguien. La extensa y extraordinaria escena final, que alcanza hasta los elegantísimos créditos, interpretada por Gérard Depardieu, es fundamental en el desmontaje humorístico de esta superstición. Puede pasar desapercibido, porque la escena es tan buena como efectiva en su comicidad y progresión narrativa, pero la aparición de Depardieu como brujo de los sentimientos pronosticando las características desgraciadas de los próximos candidatos de Binoche no solo es desopilante sino también desgarradora. La delirante argumentación del personaje de Depardieu no deja de evidenciar el sofisma, pues la magnífica escena, sin burlarse de los personajes, sugiere la inconsistencia de las creencias que sostienen el amor romántico. En efecto, el ideal romántico lleva a creer en cualquier cosa, es una superstición deletérea. No hay duda de que este desenlace será memorable, uno de los instantes más divertidos de esta edición del festival. Es un instante sublime y ridículo, propio de una inesperada cualidad del cine de Denis. ¿Quién podía imaginar una comedia con su firma?