El Síndrome de Diógenes como motor artístico
“Es un bolso llena de carteras. Tal vez así empezó todo”. La frase, pronunciada durante el particular drenaje de una casa atestada de basura, prende y le regala su título a la opera prima de Leonardo Petralia. El documental registra un particular proceso creativo con un origen aún más singular. Bailarina y coreógrafa, Celia Argüello Rena mantiene con su madre Noemí una relación compleja, de aristas que pueden adivinarse afiladas, incluso un tanto traumáticas. Es que el hogar de Noemí, una casa de dos plantas con patio y galpón, está repleta de objetos y desechos que la mujer acumula, no sin cierta lógica secreta. Botellas de gaseosa, bolsas de plástico, telas, adornos, calendarios antiguos, alguna imagen religiosa y un calefón que no funciona se superponen y forman montículos en el living, la cocina y el resto de las habitaciones, como si fueran pequeños altares, junto a frutas y otros alimentos en descomposición.
Ese basural bajo techo, gestado bajo los dictados de una compulsión bautizada por la psiquiatría como Síndrome de Diógenes, es el punto de partida de una reconversión creativa, que Un bolso lleno de carteras sigue desde sus primeros pasos. Ayudada por otro artista, Juan Pablo Gómez, Celia vuela desde Francia luego de una breve estancia junto a su compañía de baile y regresa a la casa materna en Córdoba para iniciar ese camino creativo. En lo que solía ser la habitación de la niñez y adolescencia, sus dientes de leche se destacan dentro del desorden como reliquias del pasado. “¿Hago unos mates?”, pregunta Celia, mientras la conversación con el colega deviene en una inusitada descripción del caos: la basura recorre el “horizonte” de las paredes del living como si se tratara de un mar inmóvil, subiendo y bajando en pendientes que se asemejan al oleaje. Para Celia, el trance no debe resultar nada fácil, pero la decisión de su madre de vender la casa se presenta como una oportunidad única. ¿Cómo transformar la enfermedad y su corolario en una experiencia artística?
Petralia se pega al dúo y los sigue en las visitas a la casa, los viajes en auto, durante las charlas que tienen como objetivo definir las formas y alcances de aquello que desean crear, que no puede sino mutar constantemente. Por momentos, las palabras suenan un tanto pretenciosas, como si se deseara recubrir de un sentido profundo algo un poco más trivial, gracias a la enunciación voluntarista. En ese sentido, Un bolso lleno de carteras no llega a transmitir al espectador los pormenores de la transformación artística –tampoco es posible ver el resultado final en su totalidad– aunque sí es claro el carácter terapéutico, casi sanador, de ese “reciclaje”, que es tanto físico y concreto como abstracto, espiritual. El arte puede ser efímero y al mismo tiempo dejar una profunda marca, al menos en la piel de quien lo produce.