Película errática basada en altisonantes diálogos
Fabiana y Manuel son dos argentinos que emigraron a los Estados Unidos. Ella tratará de escapar de un amor ya imposible, mientras que él intentará olvidar la muerte de su esposa y de su hijo. Cada cual por su lado transitan las espaciosas avenidas de Long Beach y el destino hace que se encuentren en una cafetería, donde hablan de sus angustias, sus temores y sus pequeñas alegrías. Pintor de paredes y guionista cinematográfico en ciernes, Manuel intentará un casi tímido acercamiento con Fabiana, mientras que ella ve en ese hombre a alguien con el que puede mantener diálogos de los que se desprenden el desarraigo y la nostalgia.
El guionista Enrique Torres intentó retratar a ese par de seres con pinceladas cálidas y emotivas, pero muy pronto la historia se convierte en tediosa, ya que todos y cada uno de los problemas de los protagonistas recaen en frondosos diálogos. El guionista se limitó a hacer del film un largo e inacabable cúmulo de palabras y paseos. Al no haber otros personajes que apoyen a esos dos únicos protagonistas, el film se transforma en un retrato que va decayendo hasta un final melodramático e insólito en el que aparece, como surgiendo de un fantasmal sueño, la imagen de Andrea Del Boca, cuya presencia se limita a los últimos cinco minutos de la narración.
La pareja protagónica, papeles a cargo de Lucila Solá y de Aníbal Silveyra, poco pudo hacer para elevar una trama tan cargada de frases altisonantes. La dirección de Nicolás Del Boca se limitó a mostrar, desde los ángulos más reiterativos, a esos seres que, sin duda, pedían un guión con más fuerza dramática que sus responsables no pudieron (o no supieron) transmitir con la necesaria profundidad.