Una película para aquellos que anteponen el corazón al intelecto
Ocho años después de Slumdog Millionaire: Quién quiere ser millonario llega otra película ambientada en buena parte en la India y protagonizada por Dev Patel. Un camino a casa no ganará ocho premios Oscar como su predecesora (está nominada en seis categorías), pero ratifica la predilección de la Academia por historias dominadas por la corrección política, la culpa y cierta manipulación emocional. Sí, estamos ante un exponente de lo que se conoce como tearjerker; es decir, épicas pensadas para conmover y arrancar unas cuantas lágrimas en el espectador.
Garth Davis reconstruye la historia real de Saroo (Sunny Pawar), un niño de cinco años que accidentalmente queda atrapado en un tren sin pasajeros que lo lleva desde su pueblo rural hasta las sórdidas calles de Calcuta, a 2000 kilómetros de distancia. Estamos en 1986 y el pequeño perderá todo contacto con su madre soltera y su hermano mayor. Tras sortear las redes de una organización dedicada al abuso infantil y pasar un tiempo en un instituto de menores, terminará siendo adoptado por un bienintencionado matrimonio de Melbourne (David Wenham y Nicole Kidman) y con el tiempo se irá convirtiendo (ya interpretado por Patel) en un exitoso "australiano". Pero la angustia y la crisis de identidad no tardarán en aparecer y, con el apoyo de su novia, Lucy (Rooney Mara), y de Google Earth, el ya treintañero comenzará a obsesionarse con el reencuentro con sus parientes de sangre.
El film apela por momentos al trazo grueso a la hora de exponer las diferencias culturales y de clase, pero está construido con destreza y convicción. El resultado, por lo tanto, es lo suficientemente eficaz como para no irritar a los cínicos que suelen cuestionar este tipo de historias con mensaje y para emocionar a aquellos que suelen poner el corazón antes que el intelecto a la hora de disfrutar de una película.