Emotiva odisea de un hombre en busca de sus orígenes
Veinticinco años le llevó al protagonista de este caso, que de chico se durmió en un tren y apareció a mil kilómetros de su hogar, hallar sus raíces.
La historia real es emocionante y comienza en un pueblo muy pobre de la India. Un chiquito de cinco años se desencontró con su hermano. Cansado, se tiró a dormir en un vagón de ferrocarril, éste se puso en marcha y el pibe terminó a mil kilómetros de su casa, solo, en otro lugar, donde hablaban otra lengua. Vagó más de dos meses, escapó de muchos peligros y cayó en un asilo, donde le enseñaron a comer con cubiertos para facilitar su adopción por alguna familia occidental. Veinticinco años después, convertido en un joven universitario, hijo adoptivo de un matrimonio australiano, encuentra a su familia biológica. Para eso estuvo seis años rastreando mapas y líneas ferroviarias. Hoy tiene dos madres y un libro que está dando la vuelta al mundo: "Un largo camino a casa" (en enero salió la edición en castellano), que da lugar al hermoso melodrama que ahora estamos viendo.
Éste se divide en dos partes: la terrible aventura de la infancia, contada prácticamente sin diálogos, con toda la confusión infantil y el asombro del niño, y del espectador, ante un mundo desconocido, y la parte más tranquilizadora y cercana a nuestro entendimiento, cuando todo parece satisfecho, menos la necesidad de encontrar a la familia y llevarle la debida tranquilidad. Y encontrarse a sí mismo, por supuesto. Detrás, hay temas fuertes: la familia, la piedad y la indiferencia, el amor y el dolor de los padres biológicos y adoptivos, la aceptación de las ironías de la vida.
Protagonistas, el pequeño Sunny Pawar, el ascendente Dev Patel, y Nicole Kidman, los tres haciendo composiciones excepcionales. Autor, el australiano Garth Davis, que así debuta en el largometraje, pero tiene larga experiencia en miniseries y publicidades. También destacables, el guión del poeta y novelista Luke Davies, la música y fotografía, y el bonus en medio de los créditos finales.
Un mérito extra: no hay mayores diferencias entre la película y la historia que cuenta quien la vivió, Saroo Brierley. Salvo que los intérpretes son más lindos que los personajes reales, y que la novia del joven universitario no era norteamericana sino australiana. Pero está bien: de ese modo, la película remarca la distancia del muchacho con su humilde pueblo. Al que le costó encontrar, porque de chiquito pronunciaba mal su nombre y así le quedó registrado en la memoria. También pronunciaba mal su propio nombre, lo cual se revela en una de las mejores escenas de la obra. Al final se llora a moco tendido, y se agradece, aunque los escépticos solo verán en todo esto apenas una propaganda de Google Earth y la Indian Society for Sponsorship and Adoption. Hay gente para todo.