Más allá que se la pueda tildar de políticamente correcta y de no profundiza sobre las causas que llevan a su protagonista a alejarse de su familia por 25 años, causas que tienen que ver con la pobreza de su clase social y un país del tercer mundo que imposibilita el crecimiento de las personas, “Un camino a casa” (2016) es una clara demostración de cómo el cine puede tomar una historia verídica y transformarla en un evento cinematográfico.
Narrando los sucesos reales que llevaron al pequeño Saroo a viajar accidentalmente en un tren y perderse durante toda su infancia, adolescencia e inicio de su vida adulta, el debutante Garth Davis puede superar la simpleza del golpe bajo, evitando caer en clichés y superando todo vestigio sentimentaloide que podrían afectar a la historia que cuenta.
Reflejando la noche de Calcuta, aquella que absorbe a cualquiera en vicios, exponiendo a los peores peligros a cualquiera, Davis trabaja con un registro nervioso y cuasi documental las imágenes que permiten sumergirse en el relato sin concesión.
Dividida en dos partes, en la primera se ahonda en Saroo de niño y su desesperada lucha por sobrevivir y conseguir llegar con los suyos, superando intentos de abuso, raptos, robos y todas las trampas que a un pequeño le pueden aparecer en la soledad.
Ese desesperado relato nos conecta con Saroo y su nuevo mundo, algo necesario para que empaticemos y no podamos salir ni abstraernos de las peripecias que se presentaban ante la pantalla.
La otra parte de “Un camino a casa” refleja las desventuras de Saroo luego de ser adoptado por una pareja australiana (Nicole Kidman y David wenham), y de cómo comenzará a transitar un camino diferente con problemas también diferentes a los que hasta ese entonces le habían tocado vivir (educación, aspiraciones, deseos).
Filmada con una precisión notable, principalmente en la primera parte, logrando con planos y acompañamientos detrás del niño el nivel de tensión y conflicto necesario para generar desesperación por el desgarrador relato que presenta, en el devenir de la progresión, con el Saroo ya adulto, adoptado, viviendo con una familia acomodada, el nivel de empatía decae por decantación.
Porque a diferencia de la interpretación espontánea y fresca de Sunny Pawar como el pequeño que siguiendo a su hermano Guddu termina por alejarse de su familia, pasando la frontera y llegando a Calcuta, Dev Patel construye al conflictuado joven adulto, que en búsqueda de su identidad termina por obsesionarse, repercutiendo negativamente en su manera de relacionarse con el mundo.
Nicole Kidman interpreta a la madre adoptiva de Saroo con solvencia, uno de los puntos fuertes del relato, profundizando en el enorme esfuerzo que tanto ella como su marido debieron hacer para transformar la vida de dos niños sin expectativas futuras (Saroo y Mantosh), relegando sus propios anhelos de convertirse en la familia ideal, al afrontar algunas situaciones complicadas con uno de ellos.
“Un camino a casa” hábilmente deposita la atención en la desesperada búsqueda de Saroo, pero también en la construcción de conflictos alternos relacionados a la vida de éste, que potencian la narración configurando un entramado de sentido más allá de la pesquisa y emocionando con cada avance hasta la resolución final.